Accidente y Destino
Se afirma que el hombre está sometido de continuo a
accidentes. Desde las primeras percepciones que lo van grabando y que llegan a él
con la variación de circunstancias que no controla, hasta sus proyectos que se
van modificando de continuo por cambios en el medio y en su propia maquinaria.
De hecho, se piensa en una dirección, se siente en otra y se
actúa en otra diferente.
Esta contradicción interna hace que el hombre traicione de
continuo sus propósitos y termine por mentir a los demás y mentirse a sí mismo.
Sabemos que la contradicción está ya en el mal trabajo de
los centros, en el reemplazo de la actividad de uno por la actividad de otro y
en las pésimas grabaciones producto de una mala educación y de percepciones
discordantes.
Es comprensible que esta accidentalidad básica no pueda
originar una conducta clara y controlable.
Si los proyectos o simplemente las intenciones están regidos
por ensueños contradictorios, no podrán tener permanencia y sufrirán desvíos
proporcionales al surgimiento de nuevas circunstancias.
Son pues las circunstancias externas las que variando los
estímulos, modifican de continuo las intenciones humanas.
Sin embargo, el núcleo de ensueño permite cierta estabilidad
y cierta dirección. Pero tratándose al fin de cuentas de un ensueño, no
coincide nunca con las circunstancias reales...
El hombre va tras su ensueño sin alcanzarlo nunca, como el
sediento expedicionario va tras su espejismo.
La contradicción interna y el no acuerdo del ensueño con la
realidad provocan desvíos o accidentes en todo lo planeado. Ningún hombre está
a salvo de los accidentes por muchos recaudos que tome.
Este vivir de accidente en accidente va generando
sentimientos de frustración que se expresan en agresividad. Un nuevo desvío y
una nueva frustración y por tanto, una nueva grabación de fracaso. La
agresividad va en aumento en individuos, en pueblos y en civilizaciones.
Los hombres no pueden detener sus impulsos agresivos ni los
procesos de destrucción solamente con buenas intenciones, porque éstas varían
de continuo.
Sin libertad alguna y sometido al juego de accidentes, el
individuo va sirviendo solamente al desarrollo de la especie movido por sus
ensueños y desplegando la capacidad de trabajo de sus diversos centros.
El Arte, la Filosofía, la Religión, el desarrollo social,
científico y técnico; en suma: la civilización humana, va reflejando en cada
etapa el estado de las circunstancias.
El progreso se verifica por la acumulación de trabajo de
generación tras generación, pero básicamente el hombre sigue siendo un autómata
al servicio de la especie.
Se explica en la escuela, que formar la propia esencia es
forjarse un Destino. Quien está en el Trabajo debe comprender su biografía
observando cómo su vida hasta ese momento es un conjunto de repeticiones y de
accidentes.
La idea que los accidentes se repiten con cierta ciclicidad
permite advertir un ritmo. De este modo existe la posibilidad de prever no los
accidentes en sí, pero por lo menos sus ritmos.
Un hombre automático podría llegar a determinarlos, pero de
nada le serviría ya que no ha forjado un Destino. ¿Qué utilidad puede tener
saber que uno está cayendo en el abismo si no puede detenerse?
Cada centro tiene su velocidad particular y su ritmo. Por
ello puede calcularse el momento de mayor armonía o a la inversa. Momentos de
inarmonía pronunciados provocan el accidente sicológico. A veces, aunque las circunstancias
sean adversas, la contrariedad es sobrellevada con entereza porque los centros
se hallan en relación armónica.
A esta técnica de determinación, se la llama «bio ritmo».
Ella explica la fórmula: «el hombre no puede hacer nada, sino que todo le
sucede».