junio 27, 2013

Del libro "Imbéciles!" - Silo *4




Por una callejuela va Zoam, distracción y penumbra se amalgaman.

Una mujer muy vieja se aferra a una puerta.

Cerca la forma de muletas; cierto murmullo pretende detener al
caminante... a sus espaldas queda una mano alargada y tal vez una
frase insultante.

Los techos vibran y entonces la cara empapada busca otro ángulo.
Llueve. Unas sombras se incrustan mientras el miedo a la noche cierra
algunas persianas.

Luego, aquel morado difuso se va apagando en los nubarrones bajos que
se disipan.

Ya las estrellas se acercan en el campo abierto. La arboleda alta
llama con la voz de los hombres moribundos.

Los objetos se destacan en la perfecta claridad de la noche. Pero como
si la luz bamboleara sobre su cabeza las sombras que arrancan de los
cuerpos se estiran y acortan a momentos. Aún su sombra se aleja
aumentando la figura considerablemente o se incrusta y desaparece bajo
los pies. Es como si los seres se enriquecieran cambiando de forma y
hasta de naturaleza por efecto de la luz.

Ahora recuerda Zoam una circunstancia en que el espacio se transformó
unos instantes alterando su estructura de situación.

Un cubículo sin ventanas, la puerta de acceso no se ve; sólo una cama
ubicada en la mitad del aposento, sobre ella Zoam, lo más cercano el
piso, a máxima distancia el techo. Equidistantes las otras cuatro
paredes. Cerca de su cuerpo empieza a sentir una "presencia" que lo
observa...a medida que se intensifica esta sensación el techo empieza
a acercarse y las paredes se alejan de sus bases hasta abrirse como
cuatro naipes formando todo encima de su cabeza un mismo plano.
Aquello flota como una enorme sábana sobre su cuerpo...

Ahora los espacios laterales no tienen fronteras y la "presencia" que
lo estaba mirando empieza a identificarse con él mismo ampliándose su
persona más y más...

Todo ha pasado, nuevamente se encuentra Zoam sobre el campo abierto.

Y también pasa la noche. El sol muy alto. Las gentes y los sonidos
vacíos se confunden. Sólo él siente multitud de colores, pájaros que
ondean en una torre próxima y mueren como el arcoiris.

Cerca del ritmo, cuerpos de jóvenes frenéticos se agitan impidiendo el
paso libre de los peatones. Los ruidos metálicos que parten del
negocio son redoblados por muchas manos. Varios adolescentes con sus
pelos, su agudo sudor, su agitación creciente.

Sobre el suelo mucho es tema cambiante. En las alturas todo parece
silencioso absoluto.

Los gestos inexpresivos y babeantes a veces o dolorosos y babeantes,
los gritos de esta conjunción de homúnculos y el paroxismo fingido.

Zoam enfrentado con esa realidad huye a su mundo... La nueva sensación
no es localizable como el dolor. El hambre y el marco pueden ser la
medianía entre el dolor y ese sentirse retroceder por un pasillo largo
lleno de sombras y de chispazos blancos muy tenues. Desde la boca de
ese túnel llega distorsionado y hueco el sonido del exterior. Al mismo
tiempo nota perder ubicación en el espacio y elevarse con los ojos
hacia el vacío.

Percibe como ráfagas de aire mientras algo zumba persistente en sus
oídos. El cuerpo un poco lejos, cálido y etéreo. Nuevas formas
superpuestas cobran vida por instantes...

Mientras llueve Zoam va por una callejuela.

Una mujer muy vieja se aferra a una puerta. Cerca la forma de muleta;
cierto murmullo pretende detener al caminante...


...................


Irene demasiado joven está acostada. Las ventanas posiblemente
abiertas.

Ve en un salón muy amplio jinetes ubicados sobre un pedestal;
alrededor multitudes en actitud de espera.

Címbalos y tubos ensordecedores suenan en un instante mientras se
derraman desde lo alto rayos flamígeros coronando la cabeza del primer
hombre. Aparece otra persona delante del conjunto y su cuerpo de
mármol se volatiliza. Mientras, un caballo muere.

Ella a lo lejos est  extendida y doblada sobre el hombro izquierdo de
alguien.

El clima muy seco, los ojos palidecen, todo gira en torno a una danza
elemental en la que ella misma traslado con los pies: triángulos,
círculos y cuadrados muy rojos.

Una inmensa escalera de bordes purpúreos se pierde en el azul sin
límites.

Despega los párpados con remordimiento en el estómago. La luz del día
muestra una ventana entreabierta, casi blanda.

Por ahí entran los relinchos lejanos que avivaron las imágenes del
sueño.

Las pupilas descansando no distinguen paredes.

Sin recordar, la mujer por momentos intuye otra realidad.

Aquella conformidad habitual y estúpida está a punto de esfumarse
frente a nuevas necesidades... pero todo desaparece en un instante.

Siente sed, hambre, calor.




junio 19, 2013

Del libro "Imbéciles!" - Silo *3




Hombre y una mujer. Bajo sus pies vibra la tierra.

Aguas subterráneas, galope disonante de cientos, miles de cascos.

Un desierto.

El templo se acerca con las campanas del desaliento bamboleadas por la
brisa, es  el sonido  de cuerdas que se cortan en una cavidad, caverna
hueco, ruta sin fin.

A una  presión la  puerta muy  alta, débil,  vuela de  sus  goznes  en
crepitar de   árbol que  cae... El interior próximo a lo rectangular es
mezcla perfecta  de luz,  obscuridad y  húmedo abandono.  Por la  boca
destrozada entra  el viento y levantando el polvo de los años envuelve
un candelabro  mal apoyado  sobre el  altar. Una voz retumba entonces:
"Aún parece  conservar el  rito íntegro en su soledad... Las estatuas,
la forma  del templo...  ¡mira, Varatemón!"  Respondiendo al  eco,  el
viento (m s  intenso) derriba  el candelabro  que se deshace contra el
piso separándose sus siete brazos.

--Con nuestra  llegada se  destroza el número mágico-- resuelve uno de
los hombres, la mirada turbia y est tica.
--imeucisz   imeucisz-- lee la mujer en un epitalamio grabado sobre el
metal amarillento-- En un canto nupcial! Así se unían los hombres.

Alguien increpa  con seco  desprecio: "¿Hombres?... ¡Aquella tradición
desbarató la vida de los que pudieron llegar y fueron aplastados!".

Afuera el  sol quiebra  las murallas;  las campanas balbucean su canto
decadente... El templo ha perdido aquel esplendor supersticioso.

Otros detalles  quedan descuidados,  el grupo  sale del  caserón y  en
dirección opuesta avanza un anciano hermosamente vestido y cubierto de
joyas, la  cara plena  de bondad.  Haciéndole escolta...  multitud  de
filos ensangrentados, multitud de espadas en alto.

La mirada de Varatemón se clava y explota, licúa las joyas y las hojas
en sangre.  Ahora los vistosos ropajes son harapos. Recién entonces la
benevolencia del  viejo es  astuta. Sus ojitos chispean, --demuéstrame
Varatemón, demuéstrame--  exige aquella  lengua  roja,  la  misma  que
durante siglos  hizo ahogar  toda demostración con enormes berridos de
fe y fuego.

Uno de los hombres señala el edificio. El sucio andrajo vacila pero el
peso de millares de ojos lo arrodillan empujándolo a las fauces.
...Adentro un  tufo cálido, dulce, pegajoso. Cada brazo del candelabro
roto es un carbón encendido que se aviva. El ambiente aparece lleno de
vapores. Mil  carcajadas de  agua se ahogan en las rocas subterráneas.
La formas hieráticas como p lidas figuras de cera empiezan a fundirse,
las caras sombrías se retuercen en muecas siniestras y de esos rostros
espantosos se escurren gotas que burbujean en el suelo.

El cuerpo  del viejo  se agita  como una entraña viva palpitando en el
interior del templo.

Sobre el  altar roído  descansa la  bandeja del epitalamio, en ella se
agolpa una  cosa blanda  hirviente de insectos. Casi tocándola est  el
viejo, el  hedor repugnante  lo hace  temblar de asco. Un corto vómito
agría la  garganta muy seca. Quiere huir pero las miradas lo obligan a
permanecer. El clima angustioso se torna gris desesperado.

Arrodillado ante  el altar  mezcla su cabezota lentamente con la forma
viscosa. Siente  el peso  y el  sonido sordo, gelatinoso de la cosa al
despegarla apenas de la bandeja. Con decisión suicida arroja el hocico
hacia adelante.  La lenguita roja chicotea  estrellándose contra  una
repugnante llaga  verde casi  líquida. Convulsionado  empieza a tragar
(rítmicamente) los coágulos sangrientos del aborto. Luego mastica unos
suaves cartílagos  que se  deslizan  lentamente  por  su  esófago.  La
garganta se contrae con violentas arcadas.

Pus fermentada  chorrea la  boca y  se  pierde  por  los  harapos  del
pecho...

El ropaje  destrozado descansa  sobre las  brasas y  el fuego busca su
miserable cuerpo.  Los chillidos  de terror  y las llamas se propagan,
contaminan todo  el edificio  y mientras  la antorcha  se revuelca los
artesones negros  caen, las  paredes tiemblan  y en estrépito de ramas
secas y aplausos difusos se derrumba todo.

Las aguas  subterráneas afloran.  Con burbujeo  formidable  desaparece
aquello en  las profundidades. Mientras se ahoga lanza eructos de humo
muy denso  que son disipados por el viento; el agua turbia se desborda
en r pida creciente...

Varatemón mirando el cielo profetiza.


junio 11, 2013

Del libro "Imbéciles!" - Silo *2


Ahí, en  la cumbre,  sobre la  roca negra  inmensa  se  alza  la  casa
transparente. Un  verde tenue  casi confundido con la noche trasciende
las paredes.  En el  horizonte lejano  mueren las  últimas luces de la
última ciudad.  La magnífica  estructura  concluye  encerrada  en  una
coraza borrascosa.

Es un gran embrión aislado del resto del mundo.
En el interior de la cúpula dos personas forman la pareja arquetípica.

Todo  adquiere  la  dimensión  de  lo  simbólico.  Una  armonía  débil
contrasta con el retumbar hueco, quebradizo. Los destellos progresivos
contaminan aquellos dos seres muy unidos.
El cuerpo cálido y blando de la hembra se agarra a él, ambos comparten
el aliento...

Quietud y silencio...

La luz verde ya no existe.

Ojos emocionados aman; admiran, lloran.

Después... "¡Han desaparecido cúpula y ciudad!"

Sólo el  negro picacho,  rutilante en su cima la figura del Hombre. El
cielo agudamente  azul. Inconmensurable  los espacios  que señalan  el
horizonte luminoso.

Con los  brazos tendidos  en la  cumbre del mundo recibe el resplandor
del nuevo día que se libera gigantesco. A sus pies se levanta el fuego
del universo; la voz de todos los pueblos y de todas las épocas unidos
en coral prodigioso ante el vacío atronado, enceguecido.

¡El disco  sube, la  tremenda potencia  de las voces estalla, se abren
las puertas del infinito ascendente, hermosamente aterrador!





junio 05, 2013

Del libro de Silo: "Imbéciles" - Parte 1





¡Despierta ya universo!


¿No oyes rugir al Hombre en los abismos?

¡Desgarra los  espacios y  contempla cómo dirige el fuego y cabalga al
huracán!

...Desde su soledad ascendente percibe el ritmo de los cantos, últimos
cantos, nebulosa hecatombe de mundos viejos.

Las ciudades y los montes pesados encierran esperanzas y titanes.

Ha pulverizado  con su  voz el  carro de  los dioses,  arranca de  los
usurpadores la conducción del orbe, bebe la eternidad.

Fulgor inmenso  de cielos  y  de  soles;  quietud  de  tierra  muerta;
velocidad de  rayo en  un todo  creciente. Presto  para  incendiar  un
mundo, agazapado para lanzar en cataclismo póstumo a esa convulsionada
selva enmarañada por gritos y por llantos.

Crispa la  tierra sus  montañas heladas  en defensa  de  sí,  teme  el
cambio, la despiadada revolución porque habrá  pérdida para la vejez.

El eco  de mercaderes  y mesías  se transforma en pálido clamor... ¡No
pueden aunar fuerzas porque sólo conocen la mentira!

Armas y  armas descargan  las civilizaciones  milenarias. ¿Cómo  crear
alegría sin tristeza, cómo crear sin destrucción?

Dos lágrimas  caen de sus lagos azules, la luna ya no refleja en ellos
porque ha muerto. El sol no ilumina... A su alrededor penumbra. En sus
manos un ave con humo aún de las ciudades humeantes...

Pero ahora  de aquellas  tierras fecundadas por lágrimas brotan nuevas
inteligencias y cuerpos de bronce.

Cada hombre y cada mujer son creadores del mundo, de su propio mundo.

No hay destino, sólo existe el presente eternizado por la voluntad.

Resultado de  dos formas  de  pensamiento  clarea  el  nuevo  ideario.
Síntesis entre muerte y vida se perfila la nueva existencia.

¡He aquí  al Hombre  desposeído  de  angustia  respirando  y  bebiendo
eternidad!

He aquí al ave desplegadas sus alas en sinfonía de libertad ascender y
ascender m s  alto aún  que las rojas esferas... ­m s alto! ascender y
ascender hasta la luminaria enorme de sí misma.

"Son legiones  de seres,  pléyades sublimes habitando un nuevo cosmos,
el cosmos  que ellos  mismos y sin redención de nadie han construido y
ordenado".

...