La
Muerte
El
Sistema encadena hacia la muerte.
Cada
muerte, para el Sistema, es una alegría porque es un luchador menos.
Pero no es necesario referirnos a la muerte física, que no es otra
cosa que la finalización del corto ciclo de vida. Hay otros tipos de
muerte, que se suceden dentro de la vida. El fin de la posible
concreción de ideales, o el fin de añejos anhelos, de asir verdades
irrefutables, es también morir. Sin olvidar que para muchos, la
muerte significa la fuga final, la evasión última, la abolición de
los tormentos.
El
Sistema propone dos trampas, y dice: “O bien más allá de la
muerte no hay nada, o bien desde antes de nacer ya se tiene alma, en
cuyo caso habrá que conservarla en buen estado” -es decir, hacer
lo que él dictamine- para que luego pueda "beber de la
eternidad". Además, es tan oculto este tema que cualquier cosa
que se diga ofendería seriamente.
Es
evidente que puede haber una modificación si se piensa en esa
dirección.
La
muerte es el correlato de la violencia. Cuanta más violencia haya,
más cercana estará la muerte.
¿Por
qué hoy hay tanta violencia? ¿Es que nadie puede sacarse de encima
ese temor, esa incertidumbre que puede ser una magnífica
justificación al decirse: "¿a qué hacer algo, si puedo morir
mañana, y si lo hago no estaré para verlo?"?
Pero
si se emprende la tarea de asumir la existencia, no de postergarla;
de llevar adelante un joven vitalismo poderoso, de mantenerse en la
voluntad de ser, ¿a dónde van a parar los temores y las angustias
frente a la muerte? Si de repente se comienza a crear un mundo
paralelo, un intramundo dentro del mundo que decae, un "alma"
egregia dentro de los cuerpos vacíos; ¿qué queda de esa
incertidumbre agobiante frente a la evidencia de la brevedad de la
vida, cuando cada momento puede ser trascendente de la ordinaria
decadencia?
El
temor a la muerte en un hombre joven es aparentemente inexplicable,
pero internamente sí se entiende. Hay temor y angustia porque hay
vacío, porque todo lo que había en pie ha decaído; han decaído
los mitos, la fe, ha muerto Dios. Ha decaído la significación del
lenguaje, no se tienen coincidencias, no hay nada en común; hay un
vacío, una soledad, un desierto que de vez en cuando ofrece un
espejismo. Por eso hay jóvenes que han perdido el tono vital y
transitan desganados por las ciudades llenas de reflejos, de brillos
ajenos. Por eso a este joven le preocupa la muerte; pero que no se
engañe, que no es la vida más allá de la muerte lo que le
preocupa, sino la vida más acá de la muerte, la vida que cree que
tiene por su organismo, pero que no tiene en su alma, que está
desilusionada y por ello enferma y débil. A este hombre, en este
punto, le urge crear algo sincero y real, no para mañana sino para
hoy. ¡Para ya!
Debe
recoger las escasas fuerzas que le quedan para empezar, empezar
esperanzado y con miedo a fracasar, porque lo ha conocido numerosas
veces y ya está cansado, cansado de engaños y de mentiras. Este
joven hombre quiere un alma, un alma nueva, egregia, construida con
su propio esfuerzo y con ayuda de sus semejantes, esta alma de la que
ha oído hablar pero de la cual no tiene ni idea. Pero supongamos que
el alma es aquella que da coherencia y sensatez, que da poder y
fuerzas, que es individual y a su vez el centro del Universo, que
pertenece al espíritu inmortal del hombre. Para esa alma saldrá el
Sol. Para esa alma se trabajará desde el amanecer. Para esa alma
vendrá todo lo demás.
Silo