LA ACCIÓN VÁLIDA
¿Cuál es la acción válida? A
esta pregunta se ha respondido, o se ha tratado de responder, de distintos
modos y casi siempre teniendo en cuenta la bondad o la maldad de la acción. Se
ha tratado de responder a lo válido de la acción. Es decir, se han dado
respuestas a lo que desde antiguo ha sido conocido como lo ético o lo moral.
Durante muchos años nos preocupamos por consultar acerca de qué era lo moral,
qué era lo inmoral, lo bueno y lo malo. Pero básicamente, nos interesó saber
qué era lo válido en la acción. Nos fueron respondiendo de distinto modo. Hubo
respuestas religiosas, hubo respuestas jurídicas, hubo respuestas ideológicas.
En todas esas respuestas, se nos decía que las personas debían hacer las cosas
de un modo y también evitar hacer las cosas de otro modo. Para nosotros era muy
importante obtener una clara respuesta sobre este punto. Era de mucha
importancia por cuanto el quehacer humano, según tenga una dirección o tenga
otra, desarrolla también una forma de vida distinta. Todo se acomoda en la vida
humana según la dirección. Si mi dirección al futuro es de un tipo, mi presente
se acomoda también a él. De manera que estas preguntas en torno a lo válido, lo
inválido, lo bueno, lo malo, afectan no solo al futuro del ser humano, sino que
afectan su presente. Afectan no solo al individuo, afectan a los conjuntos
humanos, afectan a los pueblos.
Diferentes posturas
religiosas daban su solución. Así pues, para los creyentes de determinadas
religiones, había que cumplir con ciertas leyes, con ciertos preceptos,
inspirados por Dios. Eso era válido para los creyentes de esas religiones. Es
más: distintas religiones daban distintos preceptos. Algunas indicaban que no
debía realizarse determinadas acciones, para evitar cierta vuelta de los
acontecimientos; otras religiones lo indicaban para evitar un infierno. Y a
veces no coincidían tampoco estas religiones que en principio eran universales;
no coincidían en sus preceptos y en sus mandatos. Pero lo más preocupante de
todo esto, consistía en que que ocurría en áreas del mundo donde muchísimos de
esos habitantes, no podían cumplir, aún queriendo de muy buena fe, no podían
cumplir con esos preceptos, con esos mandamientos, porque no los sentían. De
manera que los no creyentes -que también para las religiones son hijos de
Dios-, no podían cumplir esos mandatos, como si estuvieran dejados de esa mano
de Dios. Una religión, si es universal, debe serlo no porque ocupe
geográficamente el mundo. Básicamente debe ser universal porque ocupe el corazón
del ser humano, independientemente de su condición, independientemente de su
latitud. Así pues, las religiones, en su respuesta ética, nos presentaban
ciertas dificultades.
Consultamos entonces a otros
formadores de conducta: los sistemas jurídicos. Estos son formadores, son
moldeadores de conducta. Los sistemas jurídicos establecen de algún modo,
aquello que debe hacerse o debe evitarse en el comportamiento de relación, en
el comportamiento social. Existen códigos de todo tipo para reglar las relaciones.
Hay hasta códigos penales, que preveen la punición para determinados delitos,
es decir para comportamientos considerados no sociales, o asociales, o
antisociales. Los sistemas jurídicos también han tratado de dar su respuesta a
la conducta humana, en lo que hace al buen o mal comportamiento. Y así como las
religiones han dado su respuesta, y está bien, y está bien para sus creyentes,
también los sistemas jurídicos han dado su respuesta y está bien para un
momento histórico dado, está bien para un tipo de organización social dado,
pero nada dice al individuo que debe cumplir con una determinada conducta.
Porque la gente razonable, sin duda advierte que es interesante que exista una
regulación de la conducta social, a fin de evitar un caos total. Pero esta es
una técnica de organización social, no es una justificación de la moral. Y por
cierto que según su desarrollo y según su concepción, las distintas comunidades
humanas tienen normas de conducta jurídicamente regladas, que a veces se
oponen. Los sistemas jurídicos no tienen validez universal. Sirven para un
momento, para un tipo de estructura, pero no sirven para todos los seres
humanos, ni sirven para todos los momentos y todas las latitudes; y lo más
importante de todo, nada dicen al individuo acerca de lo bueno y lo malo.
También consultamos a las
ideologías. Las ideologías son más amigas de los desarrollos y bastante más
vistosas en sus explicaciones, que los chatos sistemas legales, o tal vez que
los preceptos o las leyes traídas desde las alturas. Algunas doctrinas
explicaban que el ser humano es una suerte de animal rapaz, es un ser que se
desarrolla a costa de todo y que debe abrirse paso a pesar de todo, a pesar
inclusive de los otros seres humanos. Una suerte de voluntad de poderío, es la
que está detrás de esa moral. De algún modo esa moral que puede parecer
romántica, es sin embargo exitista, y nada dice al individuo en cuanto a que
las cosas le salgan mal en sus pretensiones de voluntad de poderío.
Hay otro tipo de ideología
que nos dice: por cuanto todo en la naturaleza está en evolución, y el ser
humano mismo es producto de esta evolución, y el ser humano es el reflejo de
las condiciones que se dan en un momento dado, su comportamiento va a mostrar
el tipo de sociedad en que vive. Así pues, una clase va a tener un tipo de
moral y otra va a tener otro tipo de moral. De esta manera, la moral está
determinada por las condiciones objetivas, por las relaciones sociales y por el
modo de producción. No hay que preocuparse mucho, por cuanto uno hace lo que
mecánicamente está impulsado a hacer aunque, por razones publicitarias, se
hable de la moral de una clase o la mora de otra. Limitándonos al desarrollo
mecánico, yo hago lo que hago porque estoy impulsado en tal sentido. ¿Dónde
está el bueno y dónde está el malo?... Hay solamente un choque mecánico de
partículas en marcha.
Otras singulares ideologías
nos decían cosas como estas: la moral es una presión social que sirve para
contener la fuerza de los impulsos y esta contención que efectúa es una suerte
de super-yo, esta comprensión que hace en el caldero de la conciencia permite
que aquellos impulsos básicos se vayan sublimando, vayan tomado cierta
dirección...
De modo que nuestro pobre
amigo, que ve pasar a unos y a otros con sus ideologías, se sienta de pronto en
la acera y dice: "que es lo que yo debo hacer, porque acá me presiona un
conjunto social, yo tengo impulsos y parece que éstos se pueden sublimar,
siempre que yo sea artista. De otro modo, o me tiendo en el sofá del
psicoanalista o terminaré en la neurosis." Así pues, la moral en realidad
es una forma de control de estas presiones que, sin embargo, a veces desbordan
el caldero.
Otras ideologías, también
psicológicas, explicaron lo bueno y lo malo según la adaptación. Una moral
conductual adaptativa, algo que permite encajar en un conjunto y en la medida
en que uno desencaja de ese conjunto, se segrega de ese conjunto, tiene
problemas. Así que más vale andar “derechito”, y encajar bien en el conjunto.
La moral entonces nos dice que es lo bueno y que es lo malo, de acuerdo a la
adaptación que debe establecer el individuo, al encaje que el individuo tenga
en su medio. Y está bien... es otra ideología.
Pero en las épocas de las
grandes fatigas culturales, como sucedió ya repetidamente en otras civilizaciones,
surgen las respuestas cortas, inmediatas, acerca de lo que se debe hacer y de
lo que no se debe hacer. Me estoy refiriendo a las llamadas “escuelas morales
de decadencia”. En distintas culturas (ya en su ocaso), surgen suertes de
moralistas que muy rápidamente tratan de acomodar sus comportamientos como
buenamente pueden, a fin de dar una dirección a su vida. Están algunos que
dicen más o menos esto: "La vida no tiene ningún sentido, y como no tiene
ningún sentido, puedo hacer cuanto me plazca... si puedo". Otros dicen:
"Como la vida no tiene mucho sentido (Risas), debo hacer aquellas cosas
que me satisfacen, que me hacen sentir bien, a costa de todo lo otro".
Algunos más afirman: "Ya que estoy en una mala situación y hasta la misma
vida es sufrimiento, debo hacer las cosas guardando ciertas formas. Debo hacer
las cosas como un estoico". Así se llaman esas escuelas de la decadencia:
las escuelas estoicas.
Detrás de estas escuelas,
aunque sean respuestas de emergencia, hay también ideología. Está, parece, la
ideología básica de que todo ha perdido sentido, y se responde de urgencia a
esa pérdida de sentido. Actualmente, por ejemplo, se pretende justificar la
acción con una teoría del absurdo, en donde aparece de contrabando el
“compromiso”. Sucede que estoy comprometido con eso, y por tanto debo cumplir.
Se trata de una especie de coacción bancaria. Es difícil comprender que pueda
establecer un compromiso si el mundo en que vivo es absurdo y termina en la
nada. Por otra parte, esto no otorga ninguna convicción al que declama tal
postura.
Así pues las religiones, los
sistemas jurídicos, los sistemas ideológicos, las escuelas morales de la
decadencia, han trabajado para dar respuesta a este serio problema de la
conducta, para establecer una moral, para establecer una ética, porque todos
ellos han advertido la importancia que tiene la justificación o no
justificación de un acto.
¿Cual es la base de la
acción válida?. La base de la acción válida no está dada por las ideologías, ni
por los mandatos religiosos, ni por las creencias, ni por la regulación social.
Aun cuando todas estas cosas sean de mucha importancia, la base de la acción
válida no está dada por ninguna de ellas, sino que está dada por el registro
interno de la acción. Hay una diferencia fundamental entre la valoración que
parece provenir del exterior, y esta valoración que se hace de la acción por el
registro que el ser humano tiene de lo que precisamente hace.
¿Y cual es el registro de la
acción válida? El registro de la acción válida es aquel que se experimenta como
unitivo; es aquel que da al mismo tiempo sensación de crecimiento interno, y es
por último aquél que se desea repetir porque tiene sabor de continuidad en el
tiempo. Examinaremos estos aspectos de modo separado.
El registro de unidad
interna por una parte y la continuidad en el tiempo por otra parte.
Frente a una situación
difícil, puedo yo responder de un modo o de otro. Si soy hostigado, por
ejemplo, puedo responder violentamente y frente a esa irritación que me produce
el estímulo externo, y esta tensión que me provoca, puedo distenderme, puedo
reaccionar violentamente y al hacerlo experimentar una sensación de alivio. Me
distiendo. Así pues, y aparentemente, se ha cumplido la primera condición de la
acción válida: frente a un estímulo irritante, lo saco de enfrente y al hacerlo
me distiendo y al distenderme tengo un registro unitivo.
La acción válida no puede
justificarse simplemente por la distensión en ese instante, porque no se
continúa en el tiempo sino que produce lo contrario. En el momento A produzco
la distensión al reaccionar del modo comentado; en el momento B, no estoy para
nada de acuerdo con lo que hice. Esto me produce contradicción. Esa distensión
no es unitiva por cuanto el momento posterior contradice al primero. Es
necesario que cumpla, además, con el requisito de la unidad en el tiempo, sin
presentar fisuras, sin presentar contradicción. Podríamos presentar numerosos
ejemplos en donde esto de la acción válida para un instante no lo es para el
siguiente y el sujeto no puede, cabalmente, tratar de prolongar ese tipo de
actitud porque no registra unidad sino contradicción.
Pero hay otro punto: el del
registro de una suerte de sensación de crecimiento interno. Hay numerosas
acciones que todos efectuamos durante el día, determinadas tensiones que
aliviamos distendiendo. Estas no son acciones que tengan que ver con lo moral.
Las realizamos y nos distendemos y nos provoca un cierto placer, pero ahí
quedan. Y si nuevamente surgiera una tensión, nuevamente la descargaríamos con
esa suerte de efecto de condensador, en donde sube una carga y al llegar a
ciertos límites se la descarga. Y así, con este efecto condensador de cargar y
descargar, nos da la impresión de que estuviéramos metidos en una eterna rueda
de repeticiones de actos, en donde en el momento en que se produce esa descarga
de tensión, la sensación resulta placentera, pero nos deja un extraño sabor
percibir que si la vida fuera simplemente eso, una rueda de repeticiones, de
placeres y dolores; la vida, claro, no pasaría del absurdo. Y hoy, frente a
esta tensión, provoco esta descarga. Y mañana del mismo modo... sucediéndose la
rueda de las acciones, como el día y la noche, continuamente,
independientemente de toda intención humana, independiente toda elección
humana.
Hay acciones, sin embargo,
que tal vez muy pocas veces hayamos realizado en nuestras vidas. Son acciones
que nos dan gran unidad en el momento. Son acciones que nos dan, además,
registro de que algo ha mejorado en nosotros, cuando hemos hecho eso. Y son
acciones que nos dan una propuesta a futuro, en el sentido de que si pudiéramos
repetirlas, algo iría creciendo, algo iría mejorando. Son acciones que nos dan
unidad, sensación de crecimiento interno, y continuidad en el tiempo. Esos son
los registros de la acción válida.
Nosotros nunca hemos dicho
que esto sea mejor o peor, o deba coercitivamente hacerse: hemos dado más bien
las propuestas y los sistemas de registros que corresponden a esas propuestas.
Hemos hablado de las acciones que crean unidad, o crean contradicción. Y, por
último, hemos hablado del perfeccionamiento de la acción válida, por la
repetición de esos actos. Como para cerrar un sistema de registros de acciones
válidas, hemos dicho: "Si repites tus actos de unidad interna, ya nada
podrá detenerte". Esto último habla no sólo del registro de unidad, de la
sensación de crecimiento, de la continuidad en el tiempo. Eso habla del
mejoramiento de la acción válida. Porque, es claro, no todas las cosas nos
salen bien en los intentos. Muchas veces tratamos de hacer cosas interesantes y
no salen tan bien. Nos damos cuenta que esas cosas pueden mejorar. También la
acción válida puede perfeccionarse. La repetición de aquellos actos que dan
unidad y crecimiento y continuidad en el tiempo, constituyen el mejoramiento de
la misma acción válida. Esto es posible.
Nosotros, en principios muy
generales, hemos dado los registros de la acción válida. Hay un principio
mayor, conocido como La Regla
de Oro. Este principio dice así: "Trata a los demás como quieres que te
traten a ti." Este principio no es cosa nueva, tiene milenios. Ha
aguantado el paso del tiempo en distintas regiones, en distintas culturas. Es
un principio universalmente válido. Se ha formulado de distintas maneras; se lo
ha considerado por el aspecto negativo, diciendo algo así como: "No hagas
a otros lo que no quieres que te hagan a ti". Es otro enfoque de la misma
idea. O bien, se ha dicho: "Ama a tu prójimo como a tí mismo". Es
otro enfoque. Claro no es exactamente lo mismo que decir "trata a los
demás como quieres que te traten". Y está bien, y desde antiguo se ha
hablado de este principio. Es el más grande de los principios morales. Es el
más grande de los principios de la acción válida. Pero, ¿como quiero que me
traten a mí? Porque se da por sentado que será bueno tratar a los demás como
uno quisiera que lo trataran a uno mismo. Y cómo quiero que me traten? Tendré
que responder a eso diciendo que si me tratan de un modo me hacen mal y si me
tratan de otro me hacen bien. Tendré que responder acerca de lo bueno y de lo
malo. Tendré que volver a la eterna rueda de definir la acción válida, según
una u otra teoría, según una u otra religión. Para mi será buena una cosa, para
otra persona será no será lo mismo. Y no faltará alguno que tratará muy mal a
otro, aplicando el mismo principio; porque sucede que a él le gustará que lo
traten mal.
Está muy bien este Principio
que habla así del tratamiento del otro, según lo bueno para uno, pero estará
mejor saber qué es lo bueno para uno. Así las cosas, nos interesa ir a la base
de la acción válida y la base de la acción válida está en el registro que se
obtiene de ella.
Si digo: "debo tratar a
los demás como quiero que me traten", inmediatamente me pregunto: “por
qué?” Habrá algún proceso en uno, habrá alguna forma en el funcionamiento de la
mente, que crea problemas en uno cuando uno trata mal a los otros. Y ¿cómo
puede ser ese funcionamiento?. Si yo veo a alguien en muy mala condición, o veo
a alguien de pronto que sufre un corte, o una herida, algo resuena en mí. ¿Cómo
puede resonar en mí algo que le está sucediendo al otro? ¡Es casi mágico!.
Sucede que alguien sufre un accidente y experimento casi físicamente el
registro del accidente en otro. Ustedes son estudiosos de estos fenómenos, saben
bien que a toda percepción corresponde una imagen, y comprenden que alguna
imágenes pueden tensar ciertos puntos así como otras pueden distenderlos. Si a
toda percepción va correspondiendo una representación y de esa representación
se tiene a su vez registro, es decir, una nueva sensación, entonces no es tan
difícil entender cómo al percibir un fenómeno, y al corresponderse la imagen
interna con ese fenómeno (al movilizarse esta imagen), tenga a su vez sensación
en distintas partes de mi cuerpo o de mi intracuerpo, que se han modificado por
acción de la imagen anterior. Me siento identificado cuando alguien sufre un
corte, porque a la percepción visual de tal fenómeno, le corresponde un disparo
de imagen visual, y correlativamente un disparo de imágenes cenestésicas y
táctiles de las cuales, además, tengo una nueva sensación que termina
provocando en mí el registro del corte del otro. No será bueno que trate yo a
los demás de mala manera, porque al efectuar este tipo de actividad tengo el
correspondiente registro.
Hablaremos casi
técnicamente. Para ello vamos a simular el funcionamiento de circuitos por
pasos aún cuando sabemos que la estructura de la conciencia procede como una
totalidad. Bien, una cosa es el primer circuito que corresponde a la
percepción, representación, nueva toma de la representación y sensación
interna. Y otra cosa es el segundo circuito, que tiene que ver con la acción y
que significa algo así: de toda acción que lanzo hacia el mundo, tengo también
registro interno. Esa toma de realimentación es, por ejemplo, la que me permite
aprender haciendo cosas. Si no hubiera en mi una toma de realimentación de los
movimientos que estoy haciendo, jamás podría perfeccionarlos. Yo aprendo a
escribir a máquina por repetición, es decir, voy grabando actos entre acierto y
error. Pero puedo grabar actos únicamente si los realizo. De tal modo que es
desde el hacer, desde donde tengo registro. Permítanme esta digresión: hay un
prejuicio grande que a veces ha invadido el campo de la pedagogía. Según esta creencia
se aprende por pensar en lugar de hacer. Ciertamente, se aprende porque se
tiene la recepción del dato, pero tal dato no queda simplemente memorizado sino
que siempre se corresponde con una imagen que, a su vez, moviliza una nueva
actividad: coteja, rechaza, etc y esto muestra la continua actividad de la
conciencia y no una supuesta pasividad en la cual se aloja simplemente el dato.
Esta realimentación es la que nos permite decir: “me equivoqué de tecla”. Así
voy registrando la sensación del acierto y del error; así voy perfeccionando el
registro del acierto, así se va fluidificando, y así se va automatizando la
correcta acción del escribir a máquina. Estamos hablando de un segundo
circuito. El primero se refería al dolor en el otro que yo registro en mí; el
segundo circuito habla del registro que tengo de la acción que produzco.
Ustedes conocen las
diferencias que existen entre los actos llamados catárticos y los actos
transferenciales. Los actos catárticos se refieren básicamente a las descargas
de tensiones y ahí quedan. Los actos transferenciales, diversamente, permiten
trasladar cargas internas, integrar contenidos, y facilitar el buen funcionamiento
psíquico. Sabemos que allí donde hay islas de contenidos mentales, contenidos
que no se comunican entre sí, hay dificultades para la conciencia. Si se piensa
en una dirección, por ejemplo, pero se siente en otra, y finalmente se actúa en
otra diferente, comprendemos que esto no encaja y que el registro no es pleno.
Parece que únicamente cuando tendemos puentes entre los contenidos internos, el
funcionamiento síquico se integra y permite avanzar unos pasos más. Se conocen
técnicas transferenciales muy útiles que movilizan y transforman a determinadas
imágenes problemáticas. Un ejemplo de esa técnica está presentada en forma
literaria en las Experiencias Guiadas. Pero también sabemos que la acción, y no
solo el trabajo de las imágenes, puede operar fenómenos transferenciales y
fenómenos autotransferenciales. No será lo mismo un tipo de acción que otra.
Habrá acciones que permitan integrar contenidos internos y habrá acciones
tremendamente desintegradoras. Determinadas acciones producen en el ser humano
tal carga de pesar, tal arrepentimiento y división interna, tal profundo
desasosiego, que esta persona jamás quisiera volver a repetirlas. Y,
desafortunadamente, han quedado tales acciones fuertemente ligadas al pasado.
Aunque no se repitieran tales acciones en el futuro, seguirían presionando
desde el pasado; sin resolverse, sin entregarse, sin permitir que la conciencia
traslade, transfiera, integre sus contenidos, y permita al sujeto esa sensación
de crecimiento interno de la que hemos hablado anteriormente.
No es indiferente la acción
que se realiza en el mundo. Hay acciones de las que se tiene registro de unidad,
y acciones que dan registro de contradicción, de desintegración. Si se estudia
esto cuidadosamente y a la luz de lo que se sabe en materia de fenómenos
catárticos y transferenciales, este asunto (de la acción en el mundo, en lo que
hace a la integración y desarrollo de los contenidos), quedará mucho más claro.
Pero, desde luego, toda esta simulación de los circuitos para comprender el
significado de la acción válida es un tema complicado. Entre tanto, nuestro
amigo sigue diciendo: “¿Y yo qué hago?”. Nosotros registramos como unitivo y
valioso, llevar a ese que está sentado en la acera (sin referencia en su vida),
estas cosas que mínimamente conocemos, pero en palabras y en hechos sencillos.
Si nadie hace esto por él, nosotros lo haremos (como tantas otras cosas que
permitirán superar el dolor y el sufrimiento). Al proceder así, trabajaremos
también para nosotros mismos.
Las Palmas de Gran Canaria. 29/09/78.
Revisado por el autor el 10/10/96.