(Charla de Silo en mayo de 1989)
Uno
de los rasgos más notables y curiosos del ser humano es su actitud y
respuesta frente a la posibilidad de cambio. Este, el cambio, le
causa simultáneamente fascinación y horror, atracción y rechazo.
Cuando
las cosas van bien pretendemos eternizarlas; si no es así, si no
marchan de acuerdo a nuestras expectativas, lo lógico,
aparentemente, sería querer transformarlas; lo paradójico es que si
a alguien que sufre le preguntamos si quiere dejar de hacerlo, la
respuesta afirmativa es inmediata, pero su decisión flaquea cuando
cae en cuenta que debe hacer “algo” para salir de su estado, debe
poner de sí un esfuerzo, aunque sea mínimo. Además, pareciera que
cruza por su mente, aunque sea fugazmente, el temor a lo que venga
como fruto del cambio no sea mejor que lo anterior.
Sin
embargo, también es cierto que el solo término “rutina” causa
malestar y la gente añora cambios liberadores.
En
otras palabras, si todo va bien, quiero que dure para siempre. Si va
bien, pero rutinariamente, quiero cambios y si va mal también quiero
cambios, aunque lo incierto del resultado del cambio me produce un
temor paralizante que se suma a la dificultad de hacer un relativo
esfuerzo por producirlo.
Así,
tenemos casi unanimidad en la pretensión de una felicidad creciente
y en la superación del sufrimiento. También estamos todos de
acuerdo (o casi todos) en que queremos un mundo mejor y en paz, pero
frente a este acuerdo nos encontramos con la discusión de si debemos
hacer algo o no hacer nada, si ese algo lo debemos hacer nosotros u
otros más audaces y capacitados.
Como
consecuencia de todo esto podemos llegar a la ridícula situación de
que efectivamente unos pocos hacen y deciden por todos; por ejemplo,
deciden poner el planeta en peligro de volar en pedazos, naturalmente
incluyendo a ese 99 % que no está de acuerdo pero que tampoco hace
nada por evitarlo, no hace nada por defender su vocación pacifista y
constructiva.
¿Quién
podría dudar de que la inmensa mayoría no quiera la guerra, la
pobreza, la injusticia o el hambre?
Sin
embargo, acá estamos, en un mundo al borde de una crisis
generalizada, crisis que va mucho más allá de los misiles o del
peligro de una guerra, una crisis que abarca todos los factores que
inciden en el ser humano.
La
violencia, reflejo del sufrimiento, se demuestra en todas las facetas
y campos de acción; el ataque del sistema hacia el hombre, del
hombre contra su hermano y también del hombre en contra de sí
mismo, en un inaudito afán autodestructivo como fuga total ante un
problema que siente lo sobrepasa.
Hay
cambios sucesivos que se dan sin nuestra aparente participación,
cambios en los valores, en la moral, en el concepto de Dios, en el
progreso material. Tantos cambios y tan rápidos que pareciera que a
la especie humana no le es posible responder a ellos, que no le es
posible absorberlos y utilizarlos positivamente dejándole una
sensación de inestabilidad e inseguridad.
De
tal manera, que aquellos que enseñan con el quietismo, con el no
cambio, ya que sus situaciones son buenas aparentemente, o no lo son,
pero no se sienten con fuerzas para cambiarlas, se
ven inevitablemente envueltos en un medio cambiante que los
condiciona sin alternativa.
Así
como la presencia o ausencia del sol condiciona la vida, para la vida
en todas sus formas no le es indiferente el medio que la rodea. Por
el contrario, le es indispensable. La vida surge al darse en el medio
la posibilidad de su existencia.
Si
nos ha correspondido una época como la actual, de cambios súbitos,
no podemos negarla mediante artificios sicológicos. La influencia de
los medios de difusión y enseñanza, la TV, los periódicos, los
avances tecnológicos, las relaciones familiares o de trabajo, hacen
imposible sustraerse al efecto del medio que nos rodea.
Así,
si alguien sueña con la posibilidad de que, por ejemplo, en
Latinoamérica no sucederá nada porque está lejos de los centros de
conflicto; ese sueño podría transformarse en pesadilla a corto
plazo ya que no ha comprendido que la civilización actual es una
sola, sintética e interactuante en todos sus factores.
¿O
acaso el efecto de la crisis del petróleo o de la recesión
económica no se ha dejado sentir en Brasil, Guinea Ecuatorial o Sri
Lanka?
¿Acaso
existe algún lugar del planeta en que las grandes potencias no
ejerzan su influencia para bien o para mal? ¿Acaso el descubrimiento
de la penicilina, de los misiles Exocet o del teléfono no alcanzan a
Nueva Zelanda o Argentina o a usted mismo en sus efectos, modificando
sus sistemas de relación y su forma de vivir?
Vea
cada cual como la situación social, económica, religiosa o política
de su país o ciudad influye en su vida personal y más íntima, en
sus costumbres y hábitos, en su forma de vestir, de hablar, de reír,
de amar o de odiar.
Estamos
hablando de crisis, y de las dificultades del hombre en su adaptación
a un medio cambiante. Por lo dicho hasta ahora, a alguien le podría
parecer que estamos de acuerdo en que esta situación es sin salida.
Pero definitivamente no
es así.
Nosotros negamos categóricamente esa perspectiva apocalíptica de la
situación y afirmamos enfáticamente la vida y el futuro. Creemos
que la situación humana es la de estar frente a una de las grandes
oportunidades de su historia, frente a la opción de producir un
cambio de dimensiones desconocidas hasta ahora.
Los
procesos evolutivos no se desarrollan en línea recta ni con tiempo o
aceleraciones constantes, sino acumulativamente, produciendo
superaciones en forma gradual, pero siempre llega un momento en que
la acumulación de nuevos elementos produce un desequilibrio que
provoca la ruptura del momento anterior, lo que abre la posibilidad
de un salto de cualidad con respecto a momentos anteriores.
Estamos
diciendo que el progreso y el avance se producen en base a crisis
periódicas y esas crisis son proporcionales al posible cambio. A
mayor crisis, más profundo, global e interesante puede ser el
cambio, si dicha crisis no llega a sobrepasar nuestra capacidad de
respuesta.
Considerado
globalmente, el sistema en que nos ha tocado vivir tiene muchísimos
elementos que es indispensable sean cambiados desde su raíz más
profunda, ahí, en su metodología violenta e inhumana.
Este
sistema es producto de la acumulación de la historia social, con
todas las ventajas y desventajas que eso implica, y nosotros
tenemos el derecho a pedir el cambio inmediato de todo aquello que no
vaya a favor de la vida; y esa posibilidad existe gracias a la
crisis.
Depende
entonces de nosotros, la respuesta que demos ante esa situación de
necesidad y el que la transformemos radicalmente, aprovechando la
oportunidad y el derecho que nosotros ahora tenemos, pero que otros,
las generaciones venideras, también juzgarán.
Es
claro que una crisis nos abre las puertas de un posible cambio de
dirección, ya que es entonces cuando surge la reflexión humilde en
reemplazo de la lejana soberbia.
Es
en situaciones de crisis en que nos acordamos más fácilmente de
Dios o de nuestro Guía Interno y nos prometemos afanosamente
correcciones de rumbo.
Para
transformarse, un individuo debe estar en condición inestable
susceptible al cambio.
Nuestro
problema es la proporción entre la crisis y la habilidad de
transformarla en útil para el ser humano, y es en ese sentido en que
se dan nuestras propuestas de fondo.
Desde
otro punto de vista, tenemos que admitir que en principio el desorden
no nos gusta, pero hagamos memoria y veremos que también las mejores
situaciones conllevan crisis que normalmente las acompañan. El dar a
luz es una crisis que nos da la posibilidad de un hijo, un examen de
grado es una crisis que nos da la posibilidad de un título
universitario.
Pero
en todos esos casos hemos necesitado un esfuerzo para aprovechar
positivamente la situación.
Por
tanto, reconociendo la gravedad del momento, quitemos
esa connotación trágica a las crisis y veámoslas como las grandes
oportunidades de crecimiento y transformación de un ser vivo,
ya sea este un individuo o una sociedad.
Entonces,
tenemos una situación de inestabilidad que nos abre posibilidades y
al mismo tiempo nos condiciona, de tal forma que La Comunidad misma
nace como respuesta a la crisis. O dicho de otro modo, el que estemos
acá hoy, se lo debemos a la crisis.
¿Y
por qué reunirnos, por qué trabajar en grupos?
Intentar
solos el cambio del medio o de uno mismo, si no es imposible, es muy
difícil, entre otras cosas por el peso de los hábitos y grabaciones
personales que desvían o frustran los mejores proyectos. Es por esto
que La Comunidad forma ámbitos que tienen su expresión concreta en
los Consejos.
En
estos consejos, en sus distintos niveles, donde nosotros hacemos
llegar nuestro aporte y encontramos apoyo y abrimos puertas para que
otros se sumen a esta tarea por la libertad humana. Es en esos
consejos donde encontramos los indicadores del resultado de nuestra
acción en el mundo.
Y
de esa forma, varios miles de personas como nosotros, repartidos a lo
largo y ancho de los cinco continentes, actuando
organizadamente frente al desorden, alegremente frente al
aburrimiento, con resolución frente a la apatía, solidariamente
frente al egoísmo dan lo mejor de sí y lo aportan activamente a la
sociedad y al hombre.
La
Comunidad por tanto, no es un ámbito de fuga, ya que no desconoce
los cambios que se están produciendo, sino por el contrario pretende
actuar con ellos y sobre ellos, reorientándolos.
Hemos
dicho que una de las principales
resistencias del ser humano en su vida es el reconocer que lo único
que existe de permanente es el permanente cambio.
Hemos dicho también que el medio cambiante nos pone condiciones que
nos influyen y provocan transformaciones en nosotros.
Debería
quedar en claro así, que
la opción no es cambiar o no cambiar, sino que, es cómo o qué
cambiar, si vamos a participar como agentes o como meros pacientes
del cambio,
pero éste, en sí mismo, es
inevitable.
Esa es la opción y no otra; el de optar por la no elección es una
elección, nos guste o no.
Cada
acción, cada movimiento de mi cuerpo, de mi mente o de mis emociones
produce cambios en el medio que me rodea, produce transformaciones.
La alegría o tristeza con que doy las gracias o pido un favor,
producen consecuencias a mi alrededor y esas consecuencias serán las
respuestas del medio hacia mi, produciendo en mi, cambios y
transformaciones en todo momento.
Es
esta hora en que el hombre duda frente a un medio que aparece como
inestable, nosotros pretendemos ofrecerle ese ámbito que
mencionamos, ese medio que le servirá de referencia dándole lo que
más necesita en estas circunstancias: dirección
y fe.
Pero
aún teniendo ese medio posibilitario que abre el futuro y le da
dirección, nada
será posible si no nos decidimos resueltamente a actuar provocando
nosotros ese cambio, si no nos decidimos a ser protagonistas de
nuestra propia historia y nuestro propio destino, ya que la gran
diferencia con los demás seres vivos y con el resto de la
naturaleza, lo que nos define como humanos es nuestra capacidad de
intencionalidad, esa intencionalidad que nos permite optar, elegir
entre el gris quietismo autodestructivo y la luminosa posibilidad de
crecer infinitamente.
Así,
la pregunta es si seremos espectadores de la vida o promotores de
acciones que organicen la transformación a nuestro alrededor, reales
transformadores vitales que midan y proyecten en su accionar las
consecuencias que produciremos en nosotros y en otros.
Debes
entonces asumir y dar una respuesta de suprema rebeldía constructiva
a este medio en crisis y cambiante y así nuestra propuesta es la
acción que promueve la simultánea modificación personal y del
medio, aquella acción que provoca el cambio intencionalmente y lo
dirige con un sentido de futuro abierto, amplio, generoso, y así
verás pronto renacer con fuerza en el corazón de los hombres y los
pueblos, la luz de la vida.
Nuestra
propuesta es la alegre, resuelta y permanente Acción
Transformadora;
acción transformadora que es aquella plena de intencionalidad
orientada al cambio humanizador de nosotros mismos, del medio que nos
rodea y de toda esta tierra, nuestra tierra.
Para
todos, Paz, Fuerza Y Alegría.