FRAGMENTO SOBRE LAS
CONDICIONES DEL DIALOGO
Silo 21/03/92
PRE-DIALOGALES
Cuando se
pide que explique mi pensamiento en una conferencia, un escrito, o una
declaración periodística, tengo la sensación de que tanto las palabras que uso como el hilo del
discurso que se desarrolla pueden ser entendidos sin dificultad pero que no
aciertan a "conectar" con muchos oyentes, lectores, o gente de
Prensa. Esas personas no están en peores condiciones de comprensión general que
muchas otras con las que mi discurso "conecta". Naturalmente, no me
estoy refiriendo al desacuerdo que puede haber entre las propuestas que formulo
y las objeciones de la otra parte; esa
situación se me aparece como de perfecta "conexión". Inclusive, en
una disputa acalorada, compruebo ese contacto. No, se trata de algo más
general, de algo que no tiene que ver con las condiciones del diálogo mismo
(entendiendo mi exposición como un diálogo con otra parte que acepta, o
rechaza, o duda de mis aserciones). La sensación de no conexión surge con
fuerza al advertir que lo explicado ha sido comprendido y que, sin embargo, se
vuelve a expuesto. Es como si una cierta vaguedad, un cierto desinterés
acompañara a la comprensión de lo planteado; como si el interés se radicara más
allá (o más acá) de lo que se enuncia. Y aquí debo aclarar que si estuviera
considerando simples molestias personales, toda esta cuestión sería
irrelevante, pero tratándose de dificultades que acompañan a una exposición de
ideas, el asunto merece ser aclarado como condición previa a tal exposición.
Es
oportuno que consideremos la palabra "diálogo" tomándola como una
relación de reflexión o discusión entre personas, entre pares. Sin abundar en
rigorismos, conviene acordar ciertas condiciones para que exista esa relación o
para que se siga razonablemente una exposición. Así, para que un diálogo sea
coherente, es necesario que las partes: 1.- Coincidan respecto al tema fijado;
2.- ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3.- posean una
definición común de los términos decisivos usados.
Si decimos
que las partes deben coincidir en la fijación del tema, estamos aludiendo a una
relación en la que cada cual tiene en cuenta el discurso del otro. Por lo
demás, la fijación de un tema no quiere decir que éste no admita transformación
aceptable de la importancia que pareciera, no estamos considerando una
coincidencia estricta sino una cuantificación aceptable de la importancia que
el tema tiene, porque si recibe una ponderación de primer orden para una de las
partes y para la otra es trivial, podrá haber acuerdo sobre el objeto tratado
pero no sobre el interés o función con que cumple el conjunto del discurso.
Finalmente, si los términos decisivos tienen definiciones distintas para las
partes, puede llegar a alterarse el objeto del diálogo y con ello el tema. Si
las tres condiciones anotadas son satisfechas se podrá avanzar en el
tratamiento del tema y se podrá estar en acuerdo o desacuerdo razonables con la
serie de argumentos que se expongan. Pero existen numerosos factores que
impiden el cumplimiento de las condiciones del diálogo. Me limitaré a tomar en
cuenta los factores pre-dialogales que afecten a la condición de ponderación de
un tema dado.
Para que
exista un enunciado es necesario que haya una intención previa que permita
elegir los términos y la relación entre ellos. No basta con que enuncie:
"Ningún hombre es inmortal", o "Todos los vampiros son
aristócratas", para dar a entender de qué tema estoy hablando. La
intención previa al discurso pone el ámbito, pone el universo en el que se
plantean las proposiciones. Tal universo no es genéticamente lógico; tiene que
ver con estructuras pré-lógicas, pre-dialogales. Otro tanto vale para quien
recibe el enunciado. Es necesario que el universo de discurso coincida entre
quien enuncia y quien recibe la enunciación. De otro modo puede hablarse de
no-coincidencia del discurso.
Hace poco
tiempo se pensaba que de la premisa mayor, la menor y el término medio, deriva
la conclusión. Así, si se decía: "Todos los hombres son mortales; Sócrates
es hombre; luego Sócrates es mortal", se suponía que la conclusión
derivaba de los términos anteriores, cuando en realidad quien organizaba los
enunciados ya tenía en mente la conclusión. Había pues una intención lanzada
hacia cierto resultado y eso permitía, a su vez, escoger enunciados y términos.
No ocurre algo diferente en el lenguaje cotidiano, y aún en la ciencia, el
discurrir va en dirección a un objetivo previamente planteado como hipótesis.
Ahora
bien, cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener
intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y, por sobre todo cada
cual tendrá sobre el tema mismo una apreciación global sobre su importancia.
Pero esa "importancia" no está puesta por el tema sino por un
conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos. Abstractamente, dos
personas podrían ponerse de acuerdo al fijar el tema del sentido de la vida y
la muerte como de suma importancia y, sin embargo, una de las partes está
convencida que el tratamiento de tal materia es de escasa practicidad, que no
resolverá nada y que, por último, no es de urgencia para la vida cotidiana. Que el interlocutor escéptico
siga los desarrollos de la otra parte o que participe activamente en el diálogo
queda explicado por otros factores pero no por el tema cuya sustancialidad ha
descalificado previamente.
De esta
suerte, los elementos pre-dialogales ponen no solamente el universo que pondera
el tema sino las intenciones que están más allá (o más acá). Desde luego que lo
elementos pre-dialogales son pre-lógicos o actúan dentro del horizonte epocal,
social, que los individuos frecuentemente toman como producto de sus personales
experiencias y observaciones. Y ésta es una barrera que no se puede franquear
fácilmente hasta tanto cambie la sensibilidad epocal, el momento histórico en
que se vive. Es, precisamente por ésto que numerosos aportes hechos en el campo
de la ciencia y en otras regiones de las actividades humanas, han sido
aceptados con total evidencia sólo en momentos posteriores. La importancia de
ciertos hechos se hace común a todos y todos coinciden en el asombro de que
éstos han sido negados o minimizados anteriormente.
De manera
que cuando expongo mi pensamiento (no coincidente con ciertas creencias,
valoraciones e intereses del universo epocal), comprendo esa
"desconexión" con muchos de mis interlocutores con los que en
abstracto parecería estar todo en perfecto acuerdo. Por lo anterior, y para que
la desconexión no sea una sensación amorfa, sino una evidencia útil, me
propongo fijar desde el comienzo los temas y el grado de importancia que les
atribuyo, al par que defino los términos decisivos de mi discurso.