Por
una callejuela va Zoam, distracción y penumbra se amalgaman.
Una
mujer muy vieja se aferra a una puerta.
Cerca
la forma de muletas; cierto murmullo pretende detener al
caminante...
a sus espaldas queda una mano alargada y tal vez una
frase
insultante.
Los
techos vibran y entonces la cara empapada busca otro ángulo.
Llueve.
Unas sombras se incrustan mientras el miedo a la noche cierra
algunas
persianas.
Luego,
aquel morado difuso se va apagando en los nubarrones bajos que
se
disipan.
Ya
las estrellas se acercan en el campo abierto. La arboleda alta
llama
con la voz de los hombres moribundos.
Los
objetos se destacan en la perfecta claridad de la noche. Pero como
si
la luz bamboleara sobre su cabeza las sombras que arrancan de los
cuerpos
se estiran y acortan a momentos. Aún su sombra se aleja
aumentando
la figura considerablemente o se incrusta y desaparece bajo
los
pies. Es como si los seres se enriquecieran cambiando de forma y
hasta
de naturaleza por efecto de la luz.
Ahora
recuerda Zoam una circunstancia en que el espacio se transformó
unos
instantes alterando su estructura de situación.
Un
cubículo sin ventanas, la puerta de acceso no se ve; sólo una cama
ubicada
en la mitad del aposento, sobre ella Zoam, lo más cercano el
piso,
a máxima distancia el techo. Equidistantes las otras cuatro
paredes.
Cerca de su cuerpo empieza a sentir una "presencia" que
lo
observa...a
medida que se intensifica esta sensación el techo empieza
a
acercarse y las paredes se alejan de sus bases hasta abrirse como
cuatro
naipes formando todo encima de su cabeza un mismo plano.
Aquello
flota como una enorme sábana sobre su cuerpo...
Ahora
los espacios laterales no tienen fronteras y la "presencia"
que
lo
estaba mirando empieza a identificarse con él mismo ampliándose su
persona
más y más...
Todo
ha pasado, nuevamente se encuentra Zoam sobre el campo abierto.
Y
también pasa la noche. El sol muy alto. Las gentes y los sonidos
vacíos
se confunden. Sólo él siente multitud de colores, pájaros que
ondean
en una torre próxima y mueren como el arcoiris.
Cerca
del ritmo, cuerpos de jóvenes frenéticos se agitan impidiendo el
paso
libre de los peatones. Los ruidos metálicos que parten del
negocio
son redoblados por muchas manos. Varios adolescentes con sus
pelos,
su agudo sudor, su agitación creciente.
Sobre
el suelo mucho es tema cambiante. En las alturas todo parece
silencioso
absoluto.
Los
gestos inexpresivos y babeantes a veces o dolorosos y babeantes,
los
gritos de esta conjunción de homúnculos y el paroxismo fingido.
Zoam
enfrentado con esa realidad huye a su mundo... La nueva sensación
no
es localizable como el dolor. El hambre y el marco pueden ser la
medianía
entre el dolor y ese sentirse retroceder por un pasillo largo
lleno
de sombras y de chispazos blancos muy tenues. Desde la boca de
ese
túnel llega distorsionado y hueco el sonido del exterior. Al mismo
tiempo
nota perder ubicación en el espacio y elevarse con los ojos
hacia
el vacío.
Percibe
como ráfagas de aire mientras algo zumba persistente en sus
oídos.
El cuerpo un poco lejos, cálido y etéreo. Nuevas formas
superpuestas
cobran vida por instantes...
Mientras
llueve Zoam va por una callejuela.
Una
mujer muy vieja se aferra a una puerta. Cerca la forma de muleta;
cierto
murmullo pretende detener al caminante...
...................
Irene demasiado joven
está acostada. Las ventanas posiblemente
abiertas.
Ve
en un salón muy amplio jinetes ubicados sobre un pedestal;
alrededor
multitudes en actitud de espera.
Címbalos
y tubos ensordecedores suenan en un instante mientras se
derraman
desde lo alto rayos flamígeros coronando la cabeza del primer
hombre.
Aparece otra persona delante del conjunto y su cuerpo de
mármol
se volatiliza. Mientras, un caballo muere.
Ella
a lo lejos est extendida y doblada sobre el hombro izquierdo
de
alguien.
El
clima muy seco, los ojos palidecen, todo gira en torno a una danza
elemental
en la que ella misma traslado con los pies: triángulos,
círculos
y cuadrados muy rojos.
Una
inmensa escalera de bordes purpúreos se pierde en el azul sin
límites.
Despega
los párpados con remordimiento en el estómago. La luz del día
muestra
una ventana entreabierta, casi blanda.
Por
ahí entran los relinchos lejanos que avivaron las imágenes del
sueño.
Las
pupilas descansando no distinguen paredes.
Sin
recordar, la mujer por momentos intuye otra realidad.
Aquella
conformidad habitual y estúpida está a punto de esfumarse
frente
a nuevas necesidades... pero todo desaparece en un instante.
Siente
sed, hambre, calor.