ENCUENTRO
PARA EL DIALOGO FILOSOFICO - RELIGIOSO.
Buenos Aires 28 y 29 de Octubre de 1995.
El tema de Dios.
Trataré, en los veinte minutos que se me han otorgado, de exponer mi
punto de vista sobre el primero de los tópicos fijados por los organizadores de
este evento, me refiero al “tema de Dios”.
El tema de Dios puede plantearse de distintas formas. Yo elegiré el
ámbito histórico- cultural emplazándome
aquí no por afinidad personal sino en atención al enmarque implícito
establecido para este encuentro. Dicho enmarque incluye otros puntos tales como
“la religiosidad en el mundo contemporáneo” y “la superación de la violencia
personal y social”. El objeto de esta exposición será, por consiguiente, “el
tema de Dios” y no, “Dios”.
Por qué habríamos de ocuparnos del tema de Dios? Qué puede tener de
interesante para nosotros, gente ya del siglo XXI, semejante asunto? No se lo
había dado por concluído luego de la afirmación de Nietzsche: “Dios ha muerto”?
Al parecer, esta cuestión no ha sido cancelada por simple decreto filosófico. Y
no ha podido ser cancelada por dos importantes motivos: en primer término
porque no se ha comprendido cabalmente el significado de semejante tema; en
segundo lugar, porque puestos en perspectiva histórica comprobamos que lo que
hasta hace poco tiempo era considerado “extemporáneo” hoy anima nuevas
preguntas. Y este preguntar resuena no en las torres de marfil de los
pensadores o los especialistas, sino en la calle y en la misma entraña de la
gente sencilla. Se podrá decir que lo que hoy se observa es un simple
crecimiento de la superstición, o un rasgo cultural de pueblos que al defender
su identidad vuelven con fanatismo a sus libros sagrados y a sus liderazgos
espirituales. Se podrá decir, en sentido pesimista y de acuerdo a ciertas
interpretaciones históricas, que todo ello significa un regreso a oscuras
edades. Como cada cual prefiera, pero el asunto permanece y eso es lo que
cuenta.
Yo creo que la afirmación de Nietzsche: “Dios ha muerto!”, marca un
momento decisivo en la larga historia del tema de Dios, por lo menos desde el
punto de vista de una teología negativa o “radical”, como quisieran llamarla
algunos de los defensores de esa postura.
Está claro que Nietzsche no se ubicó en los espacios de duelo que fijan
habitualmente para sus discusiónes los teístas y los ateos, los espiritualistas
y los materialistas. Más bien se
preguntó: Es que todavía se cree en Dios o es que está en marcha un proceso que
acabará con la creencia en Dios? En su
Zaratustra dice: “... Y así se separaron el anciano y el hombre, riendo como
ríen los niños... Más cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón:
‘Será posible! Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios
ha muerto!?’. En la IV parte de la misma obra, pregunta Zaratustra: “Qué sabe
hoy todo el mundo? Acaso que no vive ya el viejo Dios en quien todos creyeron
en otro tiempo?” “- Tú lo has dicho -
respondió el anciano contristado- Y yo he servido a ese Dios hasta su última
hora”. Por otra parte, en su Gaya Ciencia, aparece la parábola del demente que
buscaba a Dios en la plaza pública. “Os diré dónde está Dios... Dios ha muerto!
Dios sigue muerto! “ Pero como sus oyentes no entendían, el demente les explicó
que había llegado prematuramente, que la muerte de Dios todavía estaba
ocurriendo.
Es evidente, en los párrafos citados, que se está haciendo alusión a un
proceso cultural, al desplazamiento de una creencia, dejando de lado la
determinación exacta de la existencia o inexistencia en sí de Dios. La
implicación que tiene el desplazamiento de tal creencia es de consecuencias
enormes porque arrastra tras de si a todo un sistema de valores, por lo menos
en el Occidente y en la época en que escribe Nietzsche. Por otra parte, esa
“pleamar del nihilismo” que este autor predice para los tiempos venideros,
tiene como trasfondo su anunciada muerte de Dios.
Dentro de esa concepción, puede pensarse que si los valores de una
época están fundamentados en Dios y éste desaparece, tendrá que sobrevenir un
nuevo sistema de ideas que de cuenta de la totalidad de la existencia y que
justifique una nueva moral. Ese sistema de ideas debe dar cuenta del mundo, de
la historia, del ser humano y su significado, de la sociedad y de la
convivencia, de lo bueno y lo malo, de lo que se debe hacer y de lo que no se
debe hacer. Ahora bien, ideas de ese tipo habían comenzado a aparecer desde
hacía mucho tiempo hasta desembocar, finalmente, en las grandes construcciones
del idealismo crítico y del idealismo absoluto. Para el caso daba igual que un
sistema de pensamiento se aplicara en dirección idealista o materialista porque
su entramado, su metodología de
conocimiento y acción era estrictamente racional y, en todo caso, no daba cuenta de la totalidad de la vida.
Las cosas, para la interpretación nietzscheana, ocurrían exactamente al revés:
surgían las ideologías desde la vida para dar razón y justificación de ella
misma. Recuérdese que Nietzsche y
Kierkegaard, ambos en lucha con el racionalismo e idealismo de la época,
pasan por ser los antecesores de las filosofías de la existencia. Sin embargo,
en el horizonte filosófico de estos autores no aparecía todavía la decripción y
comprensión de la estructura de la vida humana, situación a la que se arriba en
tiempos posteriores. Era como si de trasfondo todavía actuara la definición del
hombre como “animal racional”, como naturaleza dotada de razón y esta “razón”
pudiese comprenderse en términos evolutivos animales, o en términos de “reflejo”,
etc. En esa época todavía podía pensarse con legitimidad que la “razón” era lo
más importante, o a la inversa, que los instintos y las fuerzas oscuras de la
vida orientaban a la razón. Este segundo era el caso de Nietzsche y de los
vitalistas en general. Pero luego del “descubrimiento” de la “vida humana” las
cosas han cambiado... Y aquí debo disculparme por no desarrollar este punto, en
razón de las limitaciones existentes para esta exposición. Sin embargo quisiera
mejorar un poco la sensación de extrañeza que se experimenta cuando se afirma
que “la vida humana” es de reciente descubrimiento y comprensión. En dos
palabras: desde los primeros hombres hasta hoy todos hemos sabido que vivimos y
que somos humanos, todos hemos experimentado nuestra vida, sin embargo es muy
reciente en el campo de las ideas la comprensión de la vida humana con su
estructura típica y sus características propias. Es como decir: los humanos
siempre hemos vivido con códigos de ADN y ARN en nuestras células, pero hace
muy poco tiempo que han sido descubiertos y comprendidos en su funcionamiento.
Así las cosas, conceptos como intencionalidad, apertura, historicidad de la
conciencia, intersubjetividad, horizonte, etc. son de reciente precisión en el
campo de las ideas, y con ellos se ha dado cuenta de la estructura no de la
vida en general, sino de la “vida
humana”, resultando de todo esto una definición radicalmente diferente a la del
“animal racional”. De este modo, por ejemplo, la vida animal, la vida
natural, comienza en el momento de la concepción, pero cuándo comienza la vida
humana si es por definición “ser- en - el - mundo” y éste es apertura y medio
social? O bien: la conciencia es reflejo de condiciones naturales y “objetivas”
o es intencionalidad que configura y modifica a las condiciones dadas? O esto
otro: el ser humano está definitivamente terminado o es un ser capaz de
modificarse y construírse a sí mismo no solamente en sentido histórico y
social, sino en sentido biológico? Así, con ejemplos interminables de nuevos
problemas que plantea el descubrimiento de la estructura de la vida humana,
podríamos llegar a rebasar el ámbito de las preguntas que se plantearon en la
época del “Dios ha muerto!”, dentro del horizonte histórico en el que todavía
estaba vigente la definición del ser humano como “animal racional”.
Volviendo a nuestro tema.
Si a la muerte de Dios, no ocurría una sustitución que fundamentara al
mundo y al quehacer humano, o bien, si se impusiera forzadamente un sistema
racional en el que escapaba lo fundamental (la vida ), el caos y el derrumbe de
los valores habría de sobrevenir arrastrando tras de sí a toda la civilización.
A eso llamó Nietzsche, “la pleamar del Nihilismo” y, en ocasiones, “el Abismo”.
Está claro que no alcanzaron sus estudios sobre la “Genealogía de la Moral” ni
sus ideas del “Más allá del Bien y del Mal” para producir la “Transmutación de
los valores” que buscaba afanosamente. Más bien, buscando algo que pudiera
superar a su “último hombre” del siglo XIX construyó un Superhombre que, como
en las más recientes leyendas del Golem, hechó a andar sin control destruyendo
todo a su paso. Se puso en pié el irracionalismo y la “Voluntad de Poderío”
como máximo valor, constituyendo el trasfondo ideológico de una de las mayores
monstruosidades que recuerda la historia.
El “Dios ha muerto” no pudo ser
resuelto o superado por una nueva y positiva fundamentación de los valores. Y
las grandes construcciones del pensamiento quedaron ya clausurados en la
primera parte de este siglo sin lograr ese cometido. Actualmente, nos
encontramos inmovilizados frente a estas preguntas: por qué deberíamos ser
solidarios? por qué causa habríamos de arriesgar nuestro futuro? por qué
deberíamos luchar contra toda injusticia? Simplemente por necesidad, o por una
razón histórica, o por un orden natural? La vieja moral basada en Dios, pero
sin Dios, es acaso sentida como una necesidad? Nada de esto es suficiente!
Y si hoy nos encontramos con la imposibilidad histórica de que surjan
nuevos sistemas totales y fundamentantes, la situación parece complicarse.
Recordemos que la última gran visión de la Filosofía aparece en las
“Investigaciones Lógicas” de Husserl en 1900, al igual que la visión completa
del siquismo humano que propone Freud en “La Interpretación de los Sueños”. La
cosmovisión de la Física se plasma en 1905 y en 1915 en la relatividad de
Einstein; la sistematización de la lógica en los “Principia Mathematica” de
Russel y Whitehead en 1910 y en el “Tratado Lógico- Filosófico” de Wittgenstein
en 1921. Ya con “El Ser y el Tiempo” de
Heidegger en 1927, obra inconclusa que pretendió fundamentar la nueva ontología
fenomenológica, se marca la época de ruptura de los grandes sistemas de
pensamiento.
Aquí, es necesario recalcarlo, no se está hablando de una interrupción
del pensar sino de la imposibilidad de continuar con la elaboración de los
grandes sistemas capaces de fundamentarlo todo. El mismo impulso de esas épocas
pasa también por la grandiosidad en el campo de la estética: allí están
Sytravisnky, Bartok y Sibelius, Picasso,
los muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros; los escritores de largo aliento como
Joyce; los épicos del cine como Einsenstein, los constructores del Bauhaus con
Gropius a la cabeza; los urbanistas, los espectaculares arquitectos: Wright y
Le Corbusier. Y, acaso, se ha detenido la producción artística en los años
posteriores o en el momento actual? No lo creo, pero tiene otro signo: se
modula, se deconstruye;se adapta a los medios; se realiza merced a equipos y
especialistas, se tecnifica al límite.
Los regímenes políticos sin alma que se imponen en aquellas épocas y
que, en su momento, dan la ilusión de monolitismo y completitud, bien pueden
entenderse como retrasos fácticos de romanticismos delirantes, como titanismos
de la transformación del mundo a cualquier precio. Ellos inauguran la etapa de
la barbarie tecnificada: de la supresión de millones de seres humanos; del
terror atómico; de las bombas biológicas; de la contaminación y destrucción en
gran escala. Esta es la pleamar del nihilismo que anunciaba la destrucción de
todos los valores y la muerte de Dios de Zaratustra! En qué cree ya el ser
humano? Acaso en nuevas alternativas de vida? O se deja llevar en una corriente
que le parece irresistible y que no depende para nada de su intención?
Y se instala firmemente el
predominio de la técnica sobre la ciencia; la visión analítica del mundo; la
dictadura del dinero abstracto sobre las realidades productivas. En ese magma
se reavivan las diferencias étnicas y culturales que se suponía habían sido
superadas por el proceso histórico; los sistemas son rechazados por el
deconstructivismo, el postmodernismo y las corrientes estructuralistas. La
frustración del pensamiento se hace lugar común en los filósofos de la inteligencia
débil. La mezcolanza de estilos que se suplantan entre sí, la desestructuración
de las relaciones humanas y la propagación de todo tipo de superchería,
recuerdan las épocas de la expansión imperial tanto en la vieja Persia, como en
el proceso helenístico y durante el cesarismo romano...
No pretendo, con lo anterior, presentar un tipo de morfología
histórica, un modelo espiralado de proceso que se alimenta de analogías. En
todo caso, trato de destacar aspectos que para nada nos sorprenden o nos
parecen increíbles porque ya en otros tiempos afloraron, aunque en diferente
contexto de mundialización y de progreso material. Tampoco quiero transmitir la
atmósfera de inexorabilidad de una secuencia mecánica en la que para nada
cuenta la intención humana. Más bien pienso lo contrario, creo que gracias a
las reflexiones que suscita la experiencia histórica de la humanidad se está
hoy en condiciones de iniciar una nueva civilización, la primera civilización
planetaria. Pero las condiciones para ese salto son en extremo difíciles.
Piénsese en cómo se agranda la brecha entre las sociedades postindustriales y
de la información, y las sociedades hambrientas; en el crecimiento de la
marginación y la pobreza en el interior de las sociedades opulentas; en el
abismo generacional que parece detener la marcha de la superación histórica; en
la peligrosa concentración del capital financiero internacional; en el
terrorismo de masas; en las secesiones abruptas; en los choques étnico -
culturales; en los desequilibrios ecológicos; en la explosión demográfica y en
las megalópolis al borde del colapso... Piénsese en todo eso y, sin entrar en
la variante apocalíptica, habrá de convenirse en las dificultades que presenta
el escenario actual.
El problema está, a mi ver, en esta difícil transición entre el mundo
que hemos conocido y el mundo que viene. Y, como al final de toda civilización
y al comienzo de otra, habrá que atender
a un posible colapso económico, a una posible desestructuración administrativa,
a un posible reemplazo de los estados por paraestados y por bandas, a la
injusticia reinante, al desaliento, al empequeñecimiento humano, a la
disolución de los vínculos, a la soledad, a la violencia en crecimiento y al
irracionalismo emergente, en un medio cada vez más acelerado y cada vez más
global. Por sobre todo, habrá que considerar qué nueva imágen del mundo habrá
de proponerse? Qué tipo de sociedad, qué tipo de economía, qué valores, qué
tipo de relaciones interpersonales, qué tipo de diálogo entre cada ser humano y
su prójimo, entre cada ser humano y su alma?
Sin embargo, para toda nueva propuesta hay por lo menos dos
imposibilidades que paso a enunciar: 1.- Ningún sistema completo de pensamiento
podrá hacer pié en una época de desestructuración; 2.- Ninguna articulación
racional del discurso podrá sostenerse más allá del inmediatismo de la vida
práctica, o más allá de la tecnología. Estas dos dificultadas embretan a la
posibilidad de fundamentar nuevos valores de largo alcance.
Si es que Dios no ha muerto, entonces las religiones tiene
responsabilidades que cumplir para con la humanidad. Hoy tienen el deber de
crear una nueva atmósfera sicososial, de dirigirse a sus fieles en actitud
docente y erradicar todo resto de fanatismo y fundamentalismo. No pueden quedar
indiferentes frente al hambre, la ignorancia, la mala fe y la violencia. Deben
contribuír fuertemente a la tolerancia y propender al diálogo con otras
confesiones y con todo aquel que se sienta responsable por el destino de la
humanidad. Deben abrirse, y ruego que no
se tome esto como una irreverencia, a las manifestaciones de Dios en las
diferentes culturas. Estamos esperando de ellas esta contribución a la causa
común en un momento por demás difícil.
Si en cambio, Dios ha muerto en el corazón de las religiones podemos
estar seguros que ha de revivir en una nueva morada como nos enseña la historia
de los orígenes de toda civilización, y esa nueva morada estará en el corazón
del ser humano muy lejos de toda institución y de todo poder.
Nada más, muchas gracias.