julio 28, 2011

Ética Existencial - Silo



Si un hombre rehusa amar todo lo de esta tierra, probará su rechazo y lo llevará a cabo por el suicidio.

Si un hombre vive, significa que, diga lo que dijere, hay en el una adhesión a la existencia.

Su vida se hallará a la medida de esa adhesión.

Su vida se justificará a la medida de esa adhesión.

Su vida se justificará en tanto que justifique auténticamente al mundo.

Sólo hay una posibilidad de deber ser para un ser que se pone en cuestión en su ser. Un ser que se pone a distancia de si mismo y que tiene por ser a su ser. El hombre es ese ser cuyo ser es no ser.
El hombre procura en vano efectuar la síntesis del para sí y del en sí, procura en vano conciliar su ser con su no ser.

Sin fracaso no hay moral. La noción del deber ser no tienen sentido para Dios ni para quién está en perfecto acuerdo consigo mismo. Es imposible proponer al hombre una moral si se lo define como naturaleza, como lo dado.

La conciencia moral subsiste en la medida en que hay desacuerdo entre la naturaleza y la moralidad.

La conciencia moral desaparece si la ley de la moral se transforma en ley de la naturaleza.

El hombre es un ser que se hace carencia de ser a fin de que tenga ser. Es decir, su pasión no le es infligida desde afuera; al contrario; él la elige; ella es su ser mismo. La pasión consentida por el hombre no encuentra justificación exterior.

El existente se afirma como interioridad pura (como conciencia) frente a las cosas.

El existente es soberano en el mundo de las cosas (no está determinado por el mundo de las cosas) y esa soberanía es compartida por sus semejantes. Es objeto para los otros. Es individuo en la colectividad.

"El hombre es ese ser cuyo ser es no ser". Esa subjetividad que solo se realiza como presencia en el mundo, esa libertad comprometida, esa manifestación del para sí es dada inmediatamente por el otro.
Los hombres se reconocen el fin supremo al cual subordinan su acción. La moral hasta hoy ha propuesto una pura exterioridad o una pura interioridad y tratando de suprimir la ambigüedad.
Hegel a propuesto no rehusar ninguno de los dos aspectos, conciliándolos. Según él, el instante se conserva en el desarrollo del tiempo, la naturaleza se afirma frente al espíritu que la niega afirmando, el individuo se reencuentra en la colectividad y la muerte se realiza mutándose en la vida de la humanidad.
Kierkegaard se ha opuesto a Hegel destacando el irreductible de la ambigüedad.

El quehacer de la vida es levantar el edificio de la muerte. Esta ambigüedad es padecida por el animal y pensada por el hombre. Para realizar su verdad el hombre no debe procurar disipar la ambigüedad de su ser, sino por el contrario aceptar realizarla. Solo vuelve a encontrarse en la medida en que consiente permanecer a distancia de sí mismo. Por tanto la síntesis no es conciliatoria como en Hegel, sino ambigua. Es el acuerdo del desacuerdo, pero no el acuerdo entre el desacuerdo.

La existencia se afirma como un absoluto que debe buscar en sí mismo su justificación y no suprimirse.
El hombre se hace carencia, pero puede negar la carencia como carencia y afirmarse como existencia positiva. Por tanto, asume el fracaso.
No debe reconocerse ningún absoluto exterior al hombre. Cuando un hombre pone en un cielo ideal esa síntesis imposible del para si y del en si que denomina Dios, anhela que la mirada de ese ser cambie su existencia en ser. Pero si acepta no ser a fin de existir auténticamente, abandonará esa objetividad inhumana; comprenderá que no se trata de tener razón ante los ojos de Dios sino de tener razón ante sus propios ojos.
Es la existencia humana la que hace surgir en el mundo los valores según los cuales juzgará las acciones que emprenda. Pero primero se sitúa más allá de todo pesimismo y optimismo, porque el hecho de su brote original es pura contingencia. Para la existencia vale tanto la razón de existir como la de no existir.
El hecho de la existencia no puede estimarse pues es el hecho a partir del cual todo principio de estimación se define. No puede compararse con nada, pues fuera del él, no hay nada susceptible de servir como término de comparación.

Se trata de saber si uno quiere vivir y en qué condiciones.



julio 14, 2011

Presencia de La Fuerza - Silo



De: El Mensaje de Silo, El Libro, capítulo Vll, Presencia de La Fuerza. 



  1. Cuando estaba realmente despierto, iba escalando de comprensión en comprensión.
  2. Cuando estaba realmente despierto y me faltaba vigor para continuar el ascenso, podía extraer la Fuerza de mí mismo. Ahora bien, toda la Fuerza de mi ser estaba en mi cuerpo. Toda la energía estaba hasta en las más pequeñas células de mi cuerpo. Ella era más veloz e intensa que la sangre.
  3. Descubrí que la energía se concentraba en los puntos de mi cuerpo cuando éstos actuaban y se ausentaba cuando cuando en ellos no había acción.
  4. Durante las enfermedades, la energía faltaba o se acumulaba excesivamente en los puntos afectados. Pero si lograba restablecer el pasaje normal de la energía, muchas enfermedades comenzaban a retroceder.
  5. Algunos pueblos conocieron ésto y actuaron reestableciendo la energía mediante agujas o procedimientos hoy extraños a nosotros.
  6. Algunos pueblos conocieron ésto y actuaron comunicando esa energía de unos a otros y se produjeron “iluminaciones” de comprensión y hasta “milagros” físicos.


julio 08, 2011

Sobre las Condiciones del Diálogo - Silo


FRAGMENTO SOBRE LAS CONDICIONES DEL DIALOGO
Silo 21/03/92



PRE-DIALOGALES

     Cuando se pide que explique mi pensamiento en una conferencia, un escrito, o una declaración periodística, tengo la sensación de que tanto  las palabras que uso como el hilo del discurso que se desarrolla pueden ser entendidos sin dificultad pero que no aciertan a "conectar" con muchos oyentes, lectores, o gente de Prensa. Esas personas no están en peores condiciones de comprensión general que muchas otras con las que mi discurso "conecta". Naturalmente, no me estoy refiriendo al desacuerdo que puede haber entre las propuestas que formulo y  las objeciones de la otra parte; esa situación se me aparece como de perfecta "conexión". Inclusive, en una disputa acalorada, compruebo ese contacto. No, se trata de algo más general, de algo que no tiene que ver con las condiciones del diálogo mismo (entendiendo mi exposición como un diálogo con otra parte que acepta, o rechaza, o duda de mis aserciones). La sensación de no conexión surge con fuerza al advertir que lo explicado ha sido comprendido y que, sin embargo, se vuelve a expuesto. Es como si una cierta vaguedad, un cierto desinterés acompañara a la comprensión de lo planteado; como si el interés se radicara más allá (o más acá) de lo que se enuncia. Y aquí debo aclarar que si estuviera considerando simples molestias personales, toda esta cuestión sería irrelevante, pero tratándose de dificultades que acompañan a una exposición de ideas, el asunto merece ser aclarado como condición previa a tal exposición.

     Es oportuno que consideremos la palabra "diálogo" tomándola como una relación de reflexión o discusión entre personas, entre pares. Sin abundar en rigorismos, conviene acordar ciertas condiciones para que exista esa relación o para que se siga razonablemente una exposición. Así, para que un diálogo sea coherente, es necesario que las partes: 1.- Coincidan respecto al tema fijado; 2.- ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3.- posean una definición común de los términos decisivos usados.

     Si decimos que las partes deben coincidir en la fijación del tema, estamos aludiendo a una relación en la que cada cual tiene en cuenta el discurso del otro. Por lo demás, la fijación de un tema no quiere decir que éste no admita transformación aceptable de la importancia que pareciera, no estamos considerando una coincidencia estricta sino una cuantificación aceptable de la importancia que el tema tiene, porque si recibe una ponderación de primer orden para una de las partes y para la otra es trivial, podrá haber acuerdo sobre el objeto tratado pero no sobre el interés o función con que cumple el conjunto del discurso. Finalmente, si los términos decisivos tienen definiciones distintas para las partes, puede llegar a alterarse el objeto del diálogo y con ello el tema. Si las tres condiciones anotadas son satisfechas se podrá avanzar en el tratamiento del tema y se podrá estar en acuerdo o desacuerdo razonables con la serie de argumentos que se expongan. Pero existen numerosos factores que impiden el cumplimiento de las condiciones del diálogo. Me limitaré a tomar en cuenta los factores pre-dialogales que afecten a la condición de ponderación de un tema dado.

     Para que exista un enunciado es necesario que haya una intención previa que permita elegir los términos y la relación entre ellos. No basta con que enuncie: "Ningún hombre es inmortal", o "Todos los vampiros son aristócratas", para dar a entender de qué tema estoy hablando. La intención previa al discurso pone el ámbito, pone el universo en el que se plantean las proposiciones. Tal universo no es genéticamente lógico; tiene que ver con estructuras pré-lógicas, pre-dialogales. Otro tanto vale para quien recibe el enunciado. Es necesario que el universo de discurso coincida entre quien enuncia y quien recibe la enunciación. De otro modo puede hablarse de no-coincidencia del discurso.

     Hace poco tiempo se pensaba que de la premisa mayor, la menor y el término medio, deriva la conclusión. Así, si se decía: "Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego Sócrates es mortal", se suponía que la conclusión derivaba de los términos anteriores, cuando en realidad quien organizaba los enunciados ya tenía en mente la conclusión. Había pues una intención lanzada hacia cierto resultado y eso permitía, a su vez, escoger enunciados y términos. No ocurre algo diferente en el lenguaje cotidiano, y aún en la ciencia, el discurrir va en dirección a un objetivo previamente planteado como hipótesis.

     Ahora bien, cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y, por sobre todo cada cual tendrá sobre el tema mismo una apreciación global sobre su importancia. Pero esa "importancia" no está puesta por el tema sino por un conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos. Abstractamente, dos personas podrían ponerse de acuerdo al fijar el tema del sentido de la vida y la muerte como de suma importancia y, sin embargo, una de las partes está convencida que el tratamiento de tal materia es de escasa practicidad, que no resolverá nada y que, por último, no es de urgencia para la  vida cotidiana. Que el interlocutor escéptico siga los desarrollos de la otra parte o que participe activamente en el diálogo queda explicado por otros factores pero no por el tema cuya sustancialidad ha descalificado previamente.

     De esta suerte, los elementos pre-dialogales ponen no solamente el universo que pondera el tema sino las intenciones que están más allá (o más acá). Desde luego que lo elementos pre-dialogales son pre-lógicos o actúan dentro del horizonte epocal, social, que los individuos frecuentemente toman como producto de sus personales experiencias y observaciones. Y ésta es una barrera que no se puede franquear fácilmente hasta tanto cambie la sensibilidad epocal, el momento histórico en que se vive. Es, precisamente por ésto que numerosos aportes hechos en el campo de la ciencia y en otras regiones de las actividades humanas, han sido aceptados con total evidencia sólo en momentos posteriores. La importancia de ciertos hechos se hace común a todos y todos coinciden en el asombro de que éstos han sido negados o minimizados anteriormente.

     De manera que cuando expongo mi pensamiento (no coincidente con ciertas creencias, valoraciones e intereses del universo epocal), comprendo esa "desconexión" con muchos de mis interlocutores con los que en abstracto parecería estar todo en perfecto acuerdo. Por lo anterior, y para que la desconexión no sea una sensación amorfa, sino una evidencia útil, me propongo fijar desde el comienzo los temas y el grado de importancia que les atribuyo, al par que defino los términos decisivos de mi discurso.



                                                                                                          

julio 03, 2011

Sobre la Regla de Oro - Silo -



Comentarios sobre la Regla de Oro
 Mendoza 17/12/95.



            Ultimamente, la frase “trata a los demás como quieres que te traten”, ha sido motivo de buena comunicación con mucha gente que anda por ahí perdida entre sus contradicciones, gente que además aumenta de continuo la contradicción entre los que la rodean. Los comportamientos se hacen hoy cada vez más erráticos  y nadie sabe a qué atenerse con los otros, al par que los otros tampoco saben qué esperar de uno.
            En algunas ocasiones hemos aludido a la “moral”. Semejante palabra hoy huele a falsedad, como pasa con tantas otras que han sido manoseadas y utilizadas con las peores intenciones. ¿Qué es hoy la “moral” sino un armatoste obsoleto en el que nadie cree? Nuestra moral nada tiene que ver con la farsa instituida. Nosotros nos apoyamos en un gran principio de comportamiento que ha sido llamado “la Regla de Oro”. Es claro que para quienes conocen el pensamiento humanista, la Regla de Oro no presenta ninguna dificultad. Su coincidencia con la visión que tenemos del ser humano es perfecta. No obstante, algunos comentarios pueden ayudar a difundir un comportamiento en el que se afirma y justifica el esfuerzo por erradicar el dolor y el sufimiento en la sociedad en que vivimos.
             
Cuando hablamos de antidiscriminación, de respeto por la diversidad, y de elección de las condiciones de vida a las que aspiramos para nosotros y para los demás, ¡está resonando esta moral!
           
En el Vocabulario Humanista se escribe sobre la Regla de Oro: “Principio moral, muy difundido entre diversos pueblos, revelador de la actitud humanista. Damos a continuación algunos ejemplos. Rabino Hillel: “Lo que no quieras para tí no lo hagas a tu prójimo”. Platón: “Que me sea dado hacer a los otros lo que yo quisiera que me hicieran a mí “. Confucio: “No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran”. Máxima jainista : “El hombre debe esforzarse por tratar a todas las criaturas como a él le gustaría que le tratasen”. En el cristianismo: “Todas las cosas que quisiérais que los hombres hicieran con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Entre los sikhs: “Trata a los demás como tu quisieras que te trataran”. La existencia de la Regla de Oro fue comprobada por Herodoto en distintos pueblos de la antigüedad”.
           
En el Humanismo se dice: “trata a los demás como quieres que te traten”. En el Movimiento Humanista muchas personas entienden, practican y/o tratan de  practicar este principio de conducta. Ellas parten de una sensibilidad, de una apreciación del otro, diferente a la que se ha impuesto hasta ahora en esta época de desestructuración de la relaciones humanas. El entendimiento cabal de este principio, parte de la comprensión de la estructura de la vida humana en su totalidad. Esta comprensión es diferente a la habitual. En el Movimiento se desconfía sobre la sinceridad de otros cuando dicen que lo comparten, porque su visión del ser humano es frecuentemente opuesta a la del Humanismo. Si habitualmente no se trata al vecino en base a este principio, ¿qué puede quedar para los que hablan del cambio de la sociedad y del mundo? ¿En qué se fundamenta realmente su lucha para mejorar las condiciones de vida del ser humano?

Veamos las dificultades.

            “Trata a los demás como quieres que te traten”. En esa relación de conducta, hay dos téminos: el trato que uno requiere de los demás y el trato que uno está dispuesto a dar a los demás.

A. El trato que uno requiere de los demás.

            La aspiración común se dirige a recibir un trato sin violencia y a reclamar ayuda para mejorar la propia existencia. Esto es válido aún entre los más grandes violentos y explotadores que reclaman colaboración de otros para el sostenimiento de un orden social injusto. El trato requerido es independiente del que se está dispuesto a dar a los demás.

B. El trato que uno está dispuesto a dar a los demás.

            Se suele tratar a los demás utilitariamente como se hace con diversos objetos, con las plantas y con los animales. No hablamos del extremo del trato cruel porque, después de todo, no se destruye a los objetos que se desea utilizar. En todo caso, se tiende a cuidar de ellos siempre que su conservación gratifique o rinda alguna utilidad presente o futura. Sin embargo, hay algunos “otros” un tanto perturbadores: son los llamados “seres queridos”, en los que su sufrimiento y su alegría nos produce fuertes conmociones. En ellos se reconoce algo de uno y se los tiende a tratar del modo en que se quisiera ser tratado. Hay pués un salto entre los seres queridos y aquellos otros en los que uno no se reconoce.
 
C. Las excepciones.

            Con referencia a los “seres queridos”, se tiende a darles un trato de ayuda y cooperación. También sucede con aquellas personas extrañas en la que se reconoce algo de uno, porque la situación en que el otro se encuentra hace recordar la propia situación, o porque se calcula una situación futura en la que el otro se podría convertir en factor de ayuda para uno. En todos estos casos se trata de situaciones puntuales que no igualan a todos los “seres queridos” y que no se extienden a todos los extraños. 

D. Las simples palabras no fundamentan nada.

            Uno desea recibir ayuda, pero ¿por qué habría de darla a otros? Palabras como “solidaridad” o “justicia” no son suficientes; se dicen con un trasfondo de falsedad, se dicen sin convicción. Son palabras “tácticas” que se suelen utilizar para promover la colaboración de otros, pero sin darla a otros. Esto puede llevarse más allá todavía, hacia otras palabras tácticas como “amor”, “bondad”, etc. ¿Por qué se habría de amar a alguien que no es un ser querido? Es contradictoria la frase: “amo al que no amo”, y es redundante decir: “amo al que amo”. Por otra parte, los sentimientos que aparentan representar esas palabras, se modifican continuamente y puedo comprobar que amo más o amo menos al mismo ser querido. Por último, las capas de ese amor son diversas y complejas; ésto aparece claramente en frases como: “Amo a X, pero no lo soporto cuando no hace lo que quiero”.

E. La aplicación de la Regla de Oro desde otras posiciones.

            Si se dice: “Ama a tu prójimo como a tí mismo por amor a Dios”, se presentan por lo menos dos dificultades. 1.- Debemos suponer que se puede amar a Dios y admitir que ese “amor” es humano, entonces la palabra no es adecuada; o bien amamos a Dios con un amor que no es humano en cuyo caso la palabra tampoco es adecuada y 2.- No se ama al prójimo sino indirectamente, por medio del amor a Dios. Doble problema: desde una palabra que no representa bien la relación con Dios, debemos traducirla a los sentimientos humanos.
          
  Desde otras posiciones, se dicen cosas como éstas: “Se lucha por solidaridad de clase”, “se lucha por solidaridad con el ser humano”, “se lucha contra la injusticia para liberar al ser humano”. Aquí seguimos con la falta de fundamento: ¿por qué habría de luchar por solidaridad o para liberar a otros? Si la solidaridad es una necesidad, no es una cuestión que pueda elegir, en cuyo caso poco importa que lo haga o no lo haga ya que no depende de mi elección; si en cambio es una elección, ¿por qué habría de elegir esa opción?
          
  Otros dicen cosas más extraordinarias, como por ejemplo: “en el amor al prójimo nos realizamos”, o bien: “el amor al prójimo sublima los instintos de muerte”. ¿Qué podríamos decir de ésto cuando la palabra “realizarse” no está clara si no se presenta el objetivo, cuando la palabra “instinto” y la palabra “sublimación” son metáforas de una Sicología mecanicista hoy ya, a todas luces, insuficiente?
            
 Y no faltan los más brutales que predican: “Usted no puede obrar fuera de la Justicia establecida que está hecha para que todos nos protejamos mutuamente”. En este caso, no se puede reclamar desde esa “Justicia” ninguna actitud moral que la sobrepase.
            En fin, quedan algunos que hablan de una Moral Natural zoológica, y aún otros que definiendo al ser humano como “animal racional” pretenden que la moral se derive del funcionamiento de la razón de dicho animal.
            Para todos los casos anteriores, no cuadra bien la Regla de Oro. No podemos estar de acuerdo con ellos aún cuando nos digan que, con otras palabras, estamos hablando de lo mismo. Está claro que no estamos hablando de lo mismo.
            
 ¿Qué habrán sentido en los distintos pueblos y momentos históricos  todos aquellos que hicieron de la Regla de Oro el principio moral por excelencia? Esta fórmula simple, de la que puede derivarse una moral completa, brota de la profundidad humana sencilla y sincera. A través de ella, nos develamos a nosotros mismos en los demás. La Regla de Oro no impone una conducta, ofrece un ideal y un modelo a seguir al par que nos permite avanzar en el conocimiento de nuestra propia vida. Tampoco la Regla de Oro puede convertirse en un nuevo instrumento de la moralina hipócrita, útil para medir el comportamiento de los otros. Cuando una tabla “moral” sirve para controlar en lugar de ayudar, para oprimir en lugar de liberar, debe ser rota. Más allá de toda tabla moral, más allá de los valores de “bien” y “mal” se alza el ser humano y su destino, siempre inacabado y siempre creciente.