julio 08, 2011

Sobre las Condiciones del Diálogo - Silo


FRAGMENTO SOBRE LAS CONDICIONES DEL DIALOGO
Silo 21/03/92



PRE-DIALOGALES

     Cuando se pide que explique mi pensamiento en una conferencia, un escrito, o una declaración periodística, tengo la sensación de que tanto  las palabras que uso como el hilo del discurso que se desarrolla pueden ser entendidos sin dificultad pero que no aciertan a "conectar" con muchos oyentes, lectores, o gente de Prensa. Esas personas no están en peores condiciones de comprensión general que muchas otras con las que mi discurso "conecta". Naturalmente, no me estoy refiriendo al desacuerdo que puede haber entre las propuestas que formulo y  las objeciones de la otra parte; esa situación se me aparece como de perfecta "conexión". Inclusive, en una disputa acalorada, compruebo ese contacto. No, se trata de algo más general, de algo que no tiene que ver con las condiciones del diálogo mismo (entendiendo mi exposición como un diálogo con otra parte que acepta, o rechaza, o duda de mis aserciones). La sensación de no conexión surge con fuerza al advertir que lo explicado ha sido comprendido y que, sin embargo, se vuelve a expuesto. Es como si una cierta vaguedad, un cierto desinterés acompañara a la comprensión de lo planteado; como si el interés se radicara más allá (o más acá) de lo que se enuncia. Y aquí debo aclarar que si estuviera considerando simples molestias personales, toda esta cuestión sería irrelevante, pero tratándose de dificultades que acompañan a una exposición de ideas, el asunto merece ser aclarado como condición previa a tal exposición.

     Es oportuno que consideremos la palabra "diálogo" tomándola como una relación de reflexión o discusión entre personas, entre pares. Sin abundar en rigorismos, conviene acordar ciertas condiciones para que exista esa relación o para que se siga razonablemente una exposición. Así, para que un diálogo sea coherente, es necesario que las partes: 1.- Coincidan respecto al tema fijado; 2.- ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3.- posean una definición común de los términos decisivos usados.

     Si decimos que las partes deben coincidir en la fijación del tema, estamos aludiendo a una relación en la que cada cual tiene en cuenta el discurso del otro. Por lo demás, la fijación de un tema no quiere decir que éste no admita transformación aceptable de la importancia que pareciera, no estamos considerando una coincidencia estricta sino una cuantificación aceptable de la importancia que el tema tiene, porque si recibe una ponderación de primer orden para una de las partes y para la otra es trivial, podrá haber acuerdo sobre el objeto tratado pero no sobre el interés o función con que cumple el conjunto del discurso. Finalmente, si los términos decisivos tienen definiciones distintas para las partes, puede llegar a alterarse el objeto del diálogo y con ello el tema. Si las tres condiciones anotadas son satisfechas se podrá avanzar en el tratamiento del tema y se podrá estar en acuerdo o desacuerdo razonables con la serie de argumentos que se expongan. Pero existen numerosos factores que impiden el cumplimiento de las condiciones del diálogo. Me limitaré a tomar en cuenta los factores pre-dialogales que afecten a la condición de ponderación de un tema dado.

     Para que exista un enunciado es necesario que haya una intención previa que permita elegir los términos y la relación entre ellos. No basta con que enuncie: "Ningún hombre es inmortal", o "Todos los vampiros son aristócratas", para dar a entender de qué tema estoy hablando. La intención previa al discurso pone el ámbito, pone el universo en el que se plantean las proposiciones. Tal universo no es genéticamente lógico; tiene que ver con estructuras pré-lógicas, pre-dialogales. Otro tanto vale para quien recibe el enunciado. Es necesario que el universo de discurso coincida entre quien enuncia y quien recibe la enunciación. De otro modo puede hablarse de no-coincidencia del discurso.

     Hace poco tiempo se pensaba que de la premisa mayor, la menor y el término medio, deriva la conclusión. Así, si se decía: "Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego Sócrates es mortal", se suponía que la conclusión derivaba de los términos anteriores, cuando en realidad quien organizaba los enunciados ya tenía en mente la conclusión. Había pues una intención lanzada hacia cierto resultado y eso permitía, a su vez, escoger enunciados y términos. No ocurre algo diferente en el lenguaje cotidiano, y aún en la ciencia, el discurrir va en dirección a un objetivo previamente planteado como hipótesis.

     Ahora bien, cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y, por sobre todo cada cual tendrá sobre el tema mismo una apreciación global sobre su importancia. Pero esa "importancia" no está puesta por el tema sino por un conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos. Abstractamente, dos personas podrían ponerse de acuerdo al fijar el tema del sentido de la vida y la muerte como de suma importancia y, sin embargo, una de las partes está convencida que el tratamiento de tal materia es de escasa practicidad, que no resolverá nada y que, por último, no es de urgencia para la  vida cotidiana. Que el interlocutor escéptico siga los desarrollos de la otra parte o que participe activamente en el diálogo queda explicado por otros factores pero no por el tema cuya sustancialidad ha descalificado previamente.

     De esta suerte, los elementos pre-dialogales ponen no solamente el universo que pondera el tema sino las intenciones que están más allá (o más acá). Desde luego que lo elementos pre-dialogales son pre-lógicos o actúan dentro del horizonte epocal, social, que los individuos frecuentemente toman como producto de sus personales experiencias y observaciones. Y ésta es una barrera que no se puede franquear fácilmente hasta tanto cambie la sensibilidad epocal, el momento histórico en que se vive. Es, precisamente por ésto que numerosos aportes hechos en el campo de la ciencia y en otras regiones de las actividades humanas, han sido aceptados con total evidencia sólo en momentos posteriores. La importancia de ciertos hechos se hace común a todos y todos coinciden en el asombro de que éstos han sido negados o minimizados anteriormente.

     De manera que cuando expongo mi pensamiento (no coincidente con ciertas creencias, valoraciones e intereses del universo epocal), comprendo esa "desconexión" con muchos de mis interlocutores con los que en abstracto parecería estar todo en perfecto acuerdo. Por lo anterior, y para que la desconexión no sea una sensación amorfa, sino una evidencia útil, me propongo fijar desde el comienzo los temas y el grado de importancia que les atribuyo, al par que defino los términos decisivos de mi discurso.