Si un hombre
rehusa amar todo lo de esta tierra, probará su rechazo y lo llevará a cabo por
el suicidio.
Si un hombre
vive, significa que, diga lo que dijere, hay en el una adhesión a la
existencia.
Su vida se hallará
a la medida de esa adhesión.
Su vida se
justificará a la medida de esa adhesión.
Su vida se
justificará en tanto que justifique auténticamente al mundo.
Sólo hay una
posibilidad de deber ser para un ser que se pone en cuestión en su ser. Un ser
que se pone a distancia de si mismo y que tiene por ser a su ser. El hombre es
ese ser cuyo ser es no ser.
El hombre
procura en vano efectuar la síntesis del para sí y del en sí, procura en vano
conciliar su ser con su no ser.
Sin fracaso no
hay moral. La noción del deber ser no tienen sentido para Dios ni para quién
está en perfecto acuerdo consigo mismo. Es imposible proponer al hombre una
moral si se lo define como naturaleza, como lo dado.
La conciencia
moral subsiste en la medida en que hay desacuerdo entre la naturaleza y la
moralidad.
La conciencia
moral desaparece si la ley de la moral se transforma en ley de la naturaleza.
El hombre es un
ser que se hace carencia de ser a fin de que tenga ser. Es decir, su pasión no
le es infligida desde afuera; al contrario; él la elige; ella es su ser mismo.
La pasión consentida por el hombre no encuentra justificación exterior.
El existente se
afirma como interioridad pura (como conciencia) frente a las cosas.
El existente es
soberano en el mundo de las cosas (no está determinado por el mundo de las
cosas) y esa soberanía es compartida por sus semejantes. Es objeto para los
otros. Es individuo en la colectividad.
"El hombre
es ese ser cuyo ser es no ser". Esa subjetividad que solo se realiza como
presencia en el mundo, esa libertad comprometida, esa manifestación del para sí
es dada inmediatamente por el otro.
Los hombres se
reconocen el fin supremo al cual subordinan su acción. La moral hasta hoy ha
propuesto una pura exterioridad o una pura interioridad y tratando de suprimir
la ambigüedad.
Hegel a
propuesto no rehusar ninguno de los dos aspectos, conciliándolos. Según él, el
instante se conserva en el desarrollo del tiempo, la naturaleza se afirma
frente al espíritu que la niega afirmando, el individuo se reencuentra en la
colectividad y la muerte se realiza mutándose en la vida de la humanidad.
Kierkegaard se
ha opuesto a Hegel destacando el irreductible de la ambigüedad.
El quehacer de
la vida es levantar el edificio de la muerte. Esta ambigüedad es padecida por
el animal y pensada por el hombre. Para realizar su verdad el hombre no debe
procurar disipar la ambigüedad de su ser, sino por el contrario aceptar
realizarla. Solo vuelve a encontrarse en la medida en que consiente permanecer
a distancia de sí mismo. Por tanto la síntesis no es conciliatoria como en
Hegel, sino ambigua. Es el acuerdo del desacuerdo, pero no el acuerdo entre el
desacuerdo.
La existencia se
afirma como un absoluto que debe buscar en sí mismo su justificación y no
suprimirse.
El hombre se
hace carencia, pero puede negar la carencia como carencia y afirmarse como
existencia positiva. Por tanto, asume el fracaso.
No debe
reconocerse ningún absoluto exterior al hombre. Cuando un hombre pone en un
cielo ideal esa síntesis imposible del para si y del en si que denomina Dios,
anhela que la mirada de ese ser cambie su existencia en ser. Pero si acepta no
ser a fin de existir auténticamente, abandonará esa objetividad inhumana;
comprenderá que no se trata de tener razón ante los ojos de Dios sino de tener
razón ante sus propios ojos.
Es la existencia
humana la que hace surgir en el mundo los valores según los cuales juzgará las
acciones que emprenda. Pero primero se sitúa más allá de todo pesimismo y
optimismo, porque el hecho de su brote original es pura contingencia. Para la
existencia vale tanto la razón de existir como la de no existir.
El hecho de la
existencia no puede estimarse pues es el hecho a partir del cual todo principio
de estimación se define. No puede compararse con nada, pues fuera del él, no
hay nada susceptible de servir como término de comparación.
Se trata de
saber si uno quiere vivir y en qué condiciones.