Ahí, en la
cumbre, sobre la roca negra
inmensa se alza
la casa
transparente. Un
verde tenue casi confundido con
la noche trasciende
las paredes. En
el horizonte lejano mueren las
últimas luces de la
última ciudad. La
magnífica estructura concluye
encerrada en una
coraza borrascosa.
Es un gran embrión aislado del resto del mundo.
En el interior de la cúpula dos personas forman la pareja
arquetípica.
Todo adquiere la
dimensión de lo
simbólico. Una armonía
débil
contrasta con el retumbar hueco, quebradizo. Los
destellos progresivos
contaminan aquellos dos seres muy unidos.
El cuerpo cálido y blando de la hembra se agarra a él,
ambos comparten
el aliento...
Quietud y silencio...
La luz verde ya no existe.
Ojos emocionados aman; admiran, lloran.
Después... "¡Han desaparecido cúpula y ciudad!"
Sólo el negro
picacho, rutilante en su cima la figura
del Hombre. El
cielo agudamente
azul. Inconmensurable los
espacios que señalan el
horizonte luminoso.
Con los brazos
tendidos en la cumbre del mundo recibe el resplandor
del nuevo día que se libera gigantesco. A sus pies se
levanta el fuego
del universo; la voz de todos los pueblos y de todas las
épocas unidos
en coral prodigioso ante el vacío atronado, enceguecido.
¡El disco sube,
la tremenda potencia de las voces estalla, se abren
las puertas del infinito ascendente, hermosamente
aterrador!