junio 19, 2013

Del libro "Imbéciles!" - Silo *3




Hombre y una mujer. Bajo sus pies vibra la tierra.

Aguas subterráneas, galope disonante de cientos, miles de cascos.

Un desierto.

El templo se acerca con las campanas del desaliento bamboleadas por la
brisa, es  el sonido  de cuerdas que se cortan en una cavidad, caverna
hueco, ruta sin fin.

A una  presión la  puerta muy  alta, débil,  vuela de  sus  goznes  en
crepitar de   árbol que  cae... El interior próximo a lo rectangular es
mezcla perfecta  de luz,  obscuridad y  húmedo abandono.  Por la  boca
destrozada entra  el viento y levantando el polvo de los años envuelve
un candelabro  mal apoyado  sobre el  altar. Una voz retumba entonces:
"Aún parece  conservar el  rito íntegro en su soledad... Las estatuas,
la forma  del templo...  ¡mira, Varatemón!"  Respondiendo al  eco,  el
viento (m s  intenso) derriba  el candelabro  que se deshace contra el
piso separándose sus siete brazos.

--Con nuestra  llegada se  destroza el número mágico-- resuelve uno de
los hombres, la mirada turbia y est tica.
--imeucisz   imeucisz-- lee la mujer en un epitalamio grabado sobre el
metal amarillento-- En un canto nupcial! Así se unían los hombres.

Alguien increpa  con seco  desprecio: "¿Hombres?... ¡Aquella tradición
desbarató la vida de los que pudieron llegar y fueron aplastados!".

Afuera el  sol quiebra  las murallas;  las campanas balbucean su canto
decadente... El templo ha perdido aquel esplendor supersticioso.

Otros detalles  quedan descuidados,  el grupo  sale del  caserón y  en
dirección opuesta avanza un anciano hermosamente vestido y cubierto de
joyas, la  cara plena  de bondad.  Haciéndole escolta...  multitud  de
filos ensangrentados, multitud de espadas en alto.

La mirada de Varatemón se clava y explota, licúa las joyas y las hojas
en sangre.  Ahora los vistosos ropajes son harapos. Recién entonces la
benevolencia del  viejo es  astuta. Sus ojitos chispean, --demuéstrame
Varatemón, demuéstrame--  exige aquella  lengua  roja,  la  misma  que
durante siglos  hizo ahogar  toda demostración con enormes berridos de
fe y fuego.

Uno de los hombres señala el edificio. El sucio andrajo vacila pero el
peso de millares de ojos lo arrodillan empujándolo a las fauces.
...Adentro un  tufo cálido, dulce, pegajoso. Cada brazo del candelabro
roto es un carbón encendido que se aviva. El ambiente aparece lleno de
vapores. Mil  carcajadas de  agua se ahogan en las rocas subterráneas.
La formas hieráticas como p lidas figuras de cera empiezan a fundirse,
las caras sombrías se retuercen en muecas siniestras y de esos rostros
espantosos se escurren gotas que burbujean en el suelo.

El cuerpo  del viejo  se agita  como una entraña viva palpitando en el
interior del templo.

Sobre el  altar roído  descansa la  bandeja del epitalamio, en ella se
agolpa una  cosa blanda  hirviente de insectos. Casi tocándola est  el
viejo, el  hedor repugnante  lo hace  temblar de asco. Un corto vómito
agría la  garganta muy seca. Quiere huir pero las miradas lo obligan a
permanecer. El clima angustioso se torna gris desesperado.

Arrodillado ante  el altar  mezcla su cabezota lentamente con la forma
viscosa. Siente  el peso  y el  sonido sordo, gelatinoso de la cosa al
despegarla apenas de la bandeja. Con decisión suicida arroja el hocico
hacia adelante.  La lenguita roja chicotea  estrellándose contra  una
repugnante llaga  verde casi  líquida. Convulsionado  empieza a tragar
(rítmicamente) los coágulos sangrientos del aborto. Luego mastica unos
suaves cartílagos  que se  deslizan  lentamente  por  su  esófago.  La
garganta se contrae con violentas arcadas.

Pus fermentada  chorrea la  boca y  se  pierde  por  los  harapos  del
pecho...

El ropaje  destrozado descansa  sobre las  brasas y  el fuego busca su
miserable cuerpo.  Los chillidos  de terror  y las llamas se propagan,
contaminan todo  el edificio  y mientras  la antorcha  se revuelca los
artesones negros  caen, las  paredes tiemblan  y en estrépito de ramas
secas y aplausos difusos se derrumba todo.

Las aguas  subterráneas afloran.  Con burbujeo  formidable  desaparece
aquello en  las profundidades. Mientras se ahoga lanza eructos de humo
muy denso  que son disipados por el viento; el agua turbia se desborda
en r pida creciente...

Varatemón mirando el cielo profetiza.