julio 09, 2013

Del libro "Imbéciles!" - Silo *6






Varatemón encuentra en su camino un hombre caído. Se detiene ante él y
su mente gira perdida en extrañas reflexiones...

En algún momento aquel niño empezó a sudar. Necesitaba conocer para
protegerse. Lanzó entonces sus manos a lo desconocido; la piel suave
de la noche tocó su piel y el frío lo hizo sudar fríamente.

Rugió con el aliento del temor y le respondió el silencio.

Animales y mundos: la naturaleza. Se derrumbaron sus cuevas. Llovió la
maldición porque no conocía las cosechas.

Su estómago era agitado y también su piel... y su corazón.

Reventó la aurora y mientras sonreía tontamente los enemigos olían su
cuerpo y olían la alborada. ¿Importa que se haya unido a ellos por
terror? ¡Importa que todos los sudores fueron uno!

Y los jóvenes cubrieron sus cuerpos del frío, protegieron sus amores
del viento. Fueron ascendiendo a su caída.

Más conocer y más celos. Cuanto más conocían más sufrían.

Viejos murieron. Otros jóvenes ganaron aquella vejez, aquella
desesperación.

Inventaron el alma porque la naturaleza ¡era! mala...no era buena, ni
era mundo, ni era hombre. La naturaleza fue sólo eso: mundo y hombre,
muerte, vida...

Se ve entonces el cénit de la historia, el progreso, la progresión
vertiginosa hacia el ocaso.

Ve al hombre luchando con su sombra. Ve sus ojos, son opacos. Ese
hombre puso su fe en el cielo y su cielo lo mató.

Cambió la dimensión y sus deidades se transformaron en aves
tronadoras. Alzó nuevamente sus brazos esperando trémulo. La frente
comenzó a iluminarse, sus labios balbuceaban y como un anciano feliz
lloró emocionado... Del cielo llovió la masacre. Se disolvió su
cuerpo; las ciudades quedaron deshechas; sus hijos blancos calcinados.

Luego corrió con las manos desnudas a tocar la libertad y se estrelló
contra la tierra negra. Abrazado a ella la besó dejando escurrir entre
sus dedos granos de historia... Entonces su tristeza le dio un
regocijo extraño y nuevo.

Cuando comprendió ese estado alzó los ojos y se le apareció una forma,
sus manos sucias sacudieron l grimas abandonando barro en aquellos
lagos turbios...

--¡Deme su mano, ayude...!-- clama el individuo que estaba arrastrado.

Varatemón se siente ante un niño y sin saber por qué, se convulsiona y
al pequeño lamento lo arroja a una tumba, lo cubre y en la tierra
suelta que se agita siente desesperación...

La imagen cambia. Tiene nuevamente ante sí al casi paralítico (tal vez
borracho) que encontró hace un momento. Se acerca a él:

--¡Arriba!

--¡Ah!...gracias. Tropecé y en el estado en que me encuentro...--
mientras busca bajo el pantalón unas vendas sucias--. Por un momento
creí que iba a pisarme o que iba a alejarse como vino... sin decir
palabra.

Varatemón entrecierra los párpados. Por fin sonríe severamente y luego
pregunta:

--¿Adónde vamos?--

El individuo señala unas cuadras adelante.

Se mueven; uno arrastrando su pierna y Varatemón arrastrando un
hombre. Caminan así algún tiempo. Luego doblan por una calle retorcida
profusamente iluminada. Por una calle de pueblo, entre gente de pueblo
se acercan a una casucha baja, enrejadas sus ventanas; sin
importancia.

Adentro las pupilas de Varatemón se dilatan por la obscuridad. Sus
órganos m s sensibles reciben un fuerte choque... Entonces en forma
inexplicable suelta un paso vacilante hacia atrás, trastabillea y
dando una mala media vuelta se distancia dejando estirada hacia él una
mano amistosa de mujer. Un hilo brillante y fino, sólido, lo une a la
mano.

El recuerdo le da potencia para hacer trizas la pesada emoción. Luego
barbota: "¡Sucio borracho! y cómo la tiene con él. Hace tantos años y
siempre huyendo ¡ambos! en direcciones distintas, ni siquiera
opuestas. No me ha reconocido. Pasamos cerca del mar y en sus crestas
días, horas, instantes... ¡instantes! Vimos el amanecer y el
crepúsculo distintos, para los dos distintos...".

La voz del borracho lo atrae nuevamente:

--Ella es amiga, la única--.

Varatemón observa a la mujer lentamente y espeta luego con violencia:

--¡Su amigo estaba en el barro, arrastrado! La mujer se impresiona y
él arremete: "Debe por lo que se ve, cuidarlo mucho"--.

Una sonrisa asqueada le rebota. El hombre sobre una cama respira
agitado. La mujer se acerca a éste:

--¿Quieres de nuevo, eh? Gracias al señor puedes beber más rápido.-- Y
dirigiéndose a los ojos de Varatemón comenta-- tuvo un accidente con
un camión ayer tarde.

--¿No fue suficiente, verdad?-- arguye maliciosamente Varatemón.

--¿Qué quiere decir?--

--¿Ha llamado algún médico?--

Ella responde evidentemente excitada:

--El no quiso... ¡Usted no me resulta simpático!--

--Trato de colaborar-- afirma él apoyando con cualquier gesto.

El hombre acostado pide y ella en la semipenumbra deposita sobre sus
manos un vaso lleno de algo, algo fuerte.

...Y Varatemón se encuentra imprimiendo caracteres extraños a la arena
de la playa. Es un compás clavado a punto de medir distancias.

Estrella la mirada, tiende su línea, su visión sobre el mar y la
arena, la tierra arena.